El triunfo de Donald Trump y sus primeros días al frente de la presidencia de Estados Unidos han generado un clima de confusión a la hora de interpretar los acontecimientos en curso, dentro y fuera de ese país. No es para menos. La opinión pública mundial estaba acostumbrada a una política y a una forma de comunicarla que ya no tienen vigencia.
A casi tres décadas de finalizada la Guerra Fría, se había impuesto en el establishment estadounidense —tanto del lado de los demócratas como de los republicanos— la visión ideológica neoconservadora que postula que Estados Unidos debe mantener y ampliar su hegemonía mundial en lo económico, político y militar por todos los medios, en razón de “la superioridad” de sus valores y principios. Desde esta óptica, ese país se considera a sí mismo como excepcional, por lo que no estaría obligado a plegarse a las normas del derecho internacional.
La particularidad de ese período “neocon”, que incluye gobiernos como el de Bill Clinton, George Bush y Barack Obama, es que la política de dominio mundial iba acompañada de modos y maneras que se asentaban en un discurso a favor de los derechos humanos y la promoción de la democracia, lo que servía de cobertura para sanciones, acciones hostiles e intervenciones, al tiempo que tranquilizaba la conciencia de sectores progresistas y modernizantes. El control de amplios espacios geopolíticos y de naciones iba acompañado de discursos consensuales y fórmulas de persuasión de los públicos sensibles a las libertades y atraídos por los avances tecnológicos de los países desarrollados.
La interrogante ahora es si este monstruo dulce será sustituido por uno más rudo y directo, o si se abre el camino para que Washington acepte, en alguna medida, un mundo multipolar. Los primeros pasos dados por Trump pudieran indicar que se orienta hacia la admisión de áreas de influencia, por lo que pudiera respetar espacios de la potencia rusa. Y, al mismo tiempo, su política proteccionista anuncia nuevas modalidades de enfrentamiento entre países, en función de sus intereses económicos: una tensión entre potencias en lucha por el predominio económico.
América Latina tiene la oportunidad, en este contexto, de zafarse del dispositivo geopolítico y económico estadounidense, pero a condición de fortalecer su propia integración, al aprovechar el debilitamiento de los tratados de libre de comercio. La renegociación por parte de México del TLC debe tener en consideración esta perspectiva que se le abre, distinta a la globalización neoliberal que tanto ha afectado su cohesión social.
En relación al campo geopolítico latinoamericano, se desconoce cuál será la orientación definitiva de Trump, si privará el recogimiento hacia sus problemas internos o tomará el camino de intervenciones abiertas. En todo caso, le corresponde a Latinoamérica como región oponerse a ser encajada en las zonas de influencia de las potencias. Frente a Trump, las banderas nacionalistas lucen más prístinas y legítimas.