Todo resulta tan impreciso, ¡Beatriz!, cuando de cronometrar una existencia que como la tuya siempre anduvo fuera de tiempo. Integrante del suceder y del recuerdo que es parte de tu existencia en mi memoria. Es inolvidable esos vagamundos tuyos cuando te acompañábamos en tus afanes de andar explicando tus conocimientos por esa región cordillerana de las estribaciones larenses de los andes, en donde los fríos y las neblinas se resisten, pese a todo, a abandonarlas definitivamente. ¡Ojalá! el deterioro ambiental no vaya a frustrar los naturales deseos de su conservación. Y, sentados sobre grandes piedras, al margen de una corriente acuática turbulenta, pero cristalina; sonoramente amenazante; umbrosa por la fronda sombría de los robustos árboles que callan sus históricos orígenes, encendías cigarrillos que confundían sus humos con la apacibilidad del medio.
Si las cosas insustanciales del pensamiento se conservan posiblemente en ese refugio del tuyo tan insustancial como estas cosas que narro, estarán vibrando en ti como en mí, como si estuviésemos haciendo uso de las palabras, ahora que ya no es humanamente posible para ti jugar a decirlas.
En el refugio de mi modesto hogar, en donde en compañía de mi eterna novia, la eternidad del apasionado afecto, mi Negra, mi Yolanda formadora, que hizo del hogar un recinto de las artes, tú llegabas para hablar a la audiencia de las visitas, con tu desbordante entusiasmo acerca de cualquier aspecto de las artes. Entonces, también, nuestra mutua y buena amiga, Lucía Calcina y Geovanny (Yovani) Calcina, su pareja, se ocupaban, cada cual, de su acomodo. Lucía, con su lengua de lenguas cantarinas y musicales donde el español hacía de intruso,entusiasmada, se ocupaba de darle a la raqueta del tennis de mesa; o de echar barajas españolas en esos juegos que para nada entendía. Yovani, entretenido con la animación que siempre reinó, dormitaba. Tertulias, Beatriz, mientras Rodrigo Riera, con sus fuertes dedos, le extraía a las cuerdas de su guitarra, claras melodías tangueadas; o se ocupaba diligentemente de preparar alguna improvisada receta culinaria.
Sí, Beatriz Viggiani, guía para todo neófito de las artes como la Beatriz del Dante, que en la búsqueda de la salvación, guió al poeta florentino por ese laberinto de la Divina Comedia. Tu misión para quienes te admirábamos fue también de orientación que recibíamos de ti en el hablar ansioso de una respiración angustiante.
Desde mi tránsito, despido tu definitiva ausencia, recordando la valiente osadía tuya, de invadir la edificación construida para la Escuela de Artes Plásticas Martín Tovar y Tovar, ante la negligente demora para entregártela como su directora.
Carlos Mujica
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