El señor Octavio Lepage

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En estos tiempos tan extraños, cuando en vez de honrar a los constructores de la patria, se hace lo propio con los destructores, tenemos que volver la mirada hacia quienes con su vida dieron ejemplo de civilidad, honor y sobre todo, honradez. Hacia quienes dedicaron su vida a cimentar la democracia. Hacia quienes vivieron de acuerdo a lo que proclamaron.

Mi abuelo repetía que en Venezuela era más fácil ser doctor que ser señor. Porque la palabra “señor” involucra muchas cosas. Dieciocho acepciones tiene en el Diccionario de la RAE, pero me refiero específicamente a la cuarta: “persona que muestra dignidad en su comportamiento o aspecto”. Dignidad. Una palabra cada vez más desaparecida del escenario venezolano.

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Octavio Lepage fue un señor en toda la extensión de la palabra. Tuvo tres ejes en su vida: sus afectos, su pasión por la política y su amor por la vida.

Sus compromisos afectivos con su familia, sus amigos y sus copartidarios fueron muy fuertes. Como pareja apreció en su esposa a la amiga y compañera. Verónica Peñalver de Lepage fue la mujer perfecta para el animal político, pero con méritos propios: fue Procuradora de Menores, Miembro del Consejo de la Judicatura, vocera de los temas de las mujeres, una activista tenaz en la lucha clandestina y hasta el último día compartió la pasión política con su marido.

Lepage nunca ejerció su profesión de abogado, porque se dedicó en cuerpo y alma a la política. Se alejó del partido para darle paso a la gente más joven. Sus últimos años los dedicó a reflexionar y a escribir sobre el país.

Vivió la vida intensamente con inteligencia, equilibrio, discreción. Buscó el placer en cada cosa, pero invariablemente sobrio. Siempre tuvo una enorme sensibilidad hacia su entorno.

Me alegra que se le hayan rendido los honores que a otros políticos serios no les rindieron en la Asamblea Nacional. Sus amigos de toda la vida lo despidieron con hidalguía. Carlos Canache Mata en la AN, en el cementerio Marco Tulio Bruni Celli y Alfredo Coronil. La misa fue oficiada por Monseñor Adán Ramírez, quien al terminar la homilía dijo: “Hombres como éste no se lloran, se aplauden”. Salió del cementerio en hombros de sus compañeros de partido, que cantaban el himno de AD. Y el aplauso por el señor Octavio Lepage fue atronador.

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