Como parte de su maniobra de alargar eternamente una expectativa, una promesa que suplanta el desastre de otra, sobre la perversa base de la necesidad de la gente, de su hambre ahora, la revolución exhibe su más reciente invento: el Carnet de la Patria.
No bastaron las expropiaciones, destruir el aparato productivo, la quimera de los huertos verticales, poner a Pdvsa a “garantizar la seguridad alimentaria”, el “precio justo” que sólo aplica a la empresa privada, los decretos de Emergencia Económica, las misiones, vender alimentos conforme al último dígito de la Cédula de Identidad, cerrar la frontera, prohibir en Navidad el curso del billete de más alta denominación, la oficialización del bachaqueo, los CLAP. En lugar de fomentar la producción, la generación de empleo, diversificar y estabilizar la economía, hacer que cada día la nación dependa menos del petróleo, desterrar nefastos controles que son caldo de cultivo de la discrecionalidad y la corrupción, expandir la oferta, estimular la libre competencia; en lugar de eso, el milagro, pues, lo hará otro filtro… ¡otra alcabala!
Es la exacta repetición de la misma fórmula que ha fracasado con estruendo y secuela de creciente miseria a lo largo de casi dos décadas. Es lo que, a fin de cuentas, somete a miles de venezolanos, para quienes migrar es un imposible, a la ominosa tarea de escarbar entre restos de comida en las bolsas de basura. ¿Hará posible acaso, el Carnet de la Patria, el prodigio de que aparezcan los alimentos, volviéndolos asequibles a los más pobres? ¿Corregirá los índices de desnutrición que se observan en un país de flacos repentinos en masa, con su impacto, por demás trágico, en la deserción escolar, y en la ausencia casi absoluta de proteínas en la mesa de millones de compatriotas? ¿Este carnet matará el hambre que dejan los CLAP, cada vez más caros, más esporádicos y, encima, más menguados? Y, ¿tendrán acceso a medicina, en adelante, tantos pacientes condenados a morir en clínicas y en hospitales calamitosos, tan desahuciados como ellos mismos?
Es un escenario inquietante, que está a la vista de todos. El diagnóstico de esa cruda realidad social ha sido hecho, desde hace mucho, por parte de diversos organismos muy serios. También están las encuestas, como una reciente de Datanálisis, según la cual 34 % de los ya carnetizados declaró percibir un ingreso inferior al salario mínimo. Esa muestra revela que el desabastecimiento pasó al primer lugar entre los problemas del país, seguido por el alto costo de la vida. Es tal la angustia por los asuntos de la economía que la inseguridad, en lo que batimos récords mundiales, fue desplazada al tercer lugar. Pero el Gobierno alega necesitar un mecanismo que “revele las necesidades de la población”. Datos para gestionar las políticas sociales, alegó Aristóbulo Istúriz, por cierto el mismo personaje que la tarde del 4 de febrero de 1992, aplastada ya la sedición de Hugo Chávez, se adhirió en el Congreso Nacional a las palabras de Rafael Caldera, cuando dijo: “Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer y de impedir el alza exorbitante en los costos de la subsistencia; cuando no ha sido capaz de poner un coto definitivo al morbo terrible de la corrupción, que a los ojos de todo el mundo está consumiendo todos los días la institucionalidad”. Algo parecido acaba de plantear en Bogotá el presidente Juan Manuel Santos: “No hay paz con hambre y pobreza”.
Este fulano carnet no es más que otra distracción, onerosa, cínica y transgresora, pues explota la necesidad colectiva con fines políticos. Discrimina, en virtud de que coloca sólo a quienes lo poseen en el bando de “la patria”. Si hay material para este carnet, ¿por qué escasea para el documento de identificación que reconoce la ley en el territorio nacional, la Cédula de Identidad? ¿Por qué tampoco hay material para el pasaporte, cuya emisión al parecer es manejada por mafias? Otra pregunta: ¿Por qué el registro del Carnet de la Patria lo hacen jóvenes del PSUV y de las brigadas Robert Serra? ¿Por qué les preguntan a los interesados si pertenecen a un partido político o movimiento social, y por sus cuentas en las redes sociales?
Para recibir un financiamiento, ¿no es suficiente llenar los requisitos? A la hora de alcanzar una bolsa de comida, ¿no basta poder pagarla, o tener hambre? ¿Qué parte de la Constitución contempla esa exigencia para disfrutar de los derechos humanos esenciales? Un poco más y se hace realidad la palabra del Presidente, en el sentido de llevar la revolución a las “catacumbas” del pueblo. Es decir, a su tumba, a las galerías subterráneas en las que han de yacer las víctimas de superchería tan nefasta. Triste promesa. Y más triste aún que un pueblo escarnecido, pisoteado, haga colas, a los pies de las estatuas del Libertador, para celebrar semejante humillación.