Cuando la ley no busca apoyo en la costumbre, muere al nacer, ya que esta no puede subsistir mientras no sea la expresión viva de una necesidad y derecho fundado en la naturaleza que se constituye paulatinamente para satisfacer la insuficiencia de una regla de conducta; es semejante a la regla que sigue el lenguaje para su formación, obedeciendo a cosas ya establecidas. Tiene tanta fuerza que puede anular la ley cuando esta es absolutamente contraria a aquella.
La costumbre es la repetición de actos naturales del sentimiento al paso de los años, tiene el poder de suplir la ley ante el mutismo de esta, desvaneciendo las oscuridades y dudas que haya sobre ella. Es ella la que hace que prevalezca la opinión de los hombres versados en la Ciencia del Derecho.
El tiempo ha sido el provocador más fiel de las costumbres de los pueblos, con la particularidad de que igual que las cosas no suceden solas, siempre hay algo que las provoca.
Ellas son las que desarrollan las cualidades naturales de quien elige si se va por el camino del bien o por el del mal. Se sobre entiende que hay buenas y malas costumbres. Cuando estas se cumplen y aplican guiadas por la razón, marchan en perfecta armonía con la naturaleza.
La historia recapitula mitos y tradiciones, usos y costumbres que es lo que hace singular a un pueblo identificado consigo mismo.
La legislación romana entendía por costumbre hechos introducidos por la tradición. En sus leyes al crear el derecho de los pueblos no se inspiró solo en los principios indeterminados de la Ciencia del Derecho, sino que las respetaron, porque estas procedían de la autonomía en cuya virtud los pueblos han formulado reglas consuetudinarias por las cuales se han regido.
Hoy en día lamentablemente la tecnología y la velocidad han echado a un lado la importancia de las costumbres. Anteriormente los pueblos eran más místicos, se alimentaban en las fuentes de las más hermosas tradiciones. Cuando no existía la televisión todo irradiaba tranquilidad y misterio, ocasión que aprovechaban los abuelos para inventar fantásticas leyendas de espanto que eran comunes en las veladas hogareñas: La leyenda del judío errante, la casa del diablo, la llorona etc. eran cuentos inacabables.
Es imposible librarse totalmente de aquello que nos recuerda sitios y rostros que nos enseñaron a ser hombres de bien. Con ventanales que miran al poniente, parece que aquellos caserones de antaño cantaran en su mutismo leyendas de otro tiempo; aún permanecen de pie aquellos caserones cuyo frente desteñido se resiste a morir. Se borraron sus insignias de originalidad, sus costumbres, tradiciones y leyendas, se fueron los ancestros, mas ellas oponen al tiempo su esplendidez muriente, con el irreductible blasón de su grandeza.
Dicen que el tiempo pasado mejor. Tal vez porque la gente era más formal, menos ambiciosa, más humilde, mejor amiga, se compartía más, se respetaba a los mayores.
Hoy se vive bajo una falsa moral saturada de crisis espantosas y de engaños, estamos desgastados en este momento histórico aberrante; triste destino como ocurre en todas las decadencias, caemos al abismo de la incultura y de irrespeto a las costumbres. Hemos olvidado que estas como la lengua que hablamos valen tanto como cuidar los recuerdos de nuestros mayores, tradiciones y gloria de los héroes.
Del pasado entreabriendo las cortinas, más que el saber las costumbres nos hechiza y nos atrapa con sus yertas maravillas.