Queremos que 2017 sea un año de buena suerte. Somos optimistas. Desde nuestra óptica creyente cristiana tenemos serios motivos, el más importante, la confianza en Dios para considerar este recién entrado año como una estupenda oportunidad para vivir en positivo. Para hacer aventura.
Si año nuevo es vida nueva, la fórmula supone que fueron varios los compromisos que nos propusimos al comenzar con la pretensión de cambiar o mejorar diferentes aspectos de nuestro diario vivir.
Los últimos días del 2016 se nos fueron con una ciudad a oscuras en la mayoría de sus calles y avenidas, huecos a granel, semáforos malos en muchos sectores y locura colectiva de motorizados y conductores de busetas que violan las leyes de tránsito.
Nos hemos puesto a pensar que la Alcaldía del municipio Iribarren mejore nuestros servicios viales si el burgomaestre Alfredo Ramos, a cambio de tanta demagogia reza con más tiempo y fervor.
La ley contempla y brinda la oportunidad de utilizar parte del tributo de la ciudadanía para ser reinvertido en obras prioritarias; sin embargo, esta herramienta de desarrollo, de acuerdo al panorama citado en la ciudad, parece no aplicarse en realidad.
Si tan sólo solicitáramos lo que por ley nos corresponde, no retrasaríamos el financiamiento de las obras, porque no existe en la ciudad un observatorio fiscal para que controle los recursos recaudados y reinvertidos en proyectos de desarrollo social.
Además, la peor herencia del año viejo la recibe el Municipio Iribarren que podría quedarse sin una regulación urbanística.
Desde el primero de enero no existe norma local actualizada que regule variables urbanas fundamentales, entrada para un caos nunca visto ante la indefinición en que nos encontramos como ciudad.
Como todos saben, la mayoría oficialista del Concejo Municipal sentenció el laberinto urbanístico para Barquisimeto pese a las múltiples alertas, al decidir no reformar el artículo 150 de la ordenanza del plan de de desarrollo urbano local, y en consecuencia no prorrogarla, proporcionando un plazo de tres meses al alcalde Alfredo Ramos para que elabore uno nuevo.
Entre las nefastas consecuencias consultadas a conocedores de estos códigos, la más relevante sería dejar a Barquisimeto sin norma urbanística alguna, poniendo a la Dirección de Planificación y Control Urbano (DPCU) en difícil posición, ya que, no podría aprobar ni consultas preliminares, constancias de adecuación o de terminación de obras; tampoco pudiera imponer sanciones para aquellos que construyan al margen de la autoridad urbanística municipal.
¿Tendremos que confiar tanto en nuestras fuerzas? ¿Alcanzaremos la capacidad suficiente para conseguir importantes objetivos? ¿Llegará el desánimo, la frustración, incluso la depresión, al comprobar que apenas arañamos algún resultado?
En todo caso, que no nos falten condiciones sensatas. Que no nos falten ideologías equilibradas y serenas, y que elijamos cada mañana la mejor jornada que queramos forjar con la humildad y confianza de quien se esfuerza aquí abajo, sin dejar de mirar hacia arriba, al Cielo.