Cada vez más dependemos en destino del país de lo imponderable. Cierto es que el gobierno es un cadáver, no cuenta con respaldo del pueblo. Pero inexplicablemente no acaban abiertamente los políticos de dar una explicación convincente de cómo se mantiene en el poder.
Efectivamente este un gobierno que no termina de morir, no tiene energía propia, no ha dejado una huella benéfica. Venezuela es una desventura. Solo basta mirar las neveras vacías de las familias, el deterioro del parque automotor, la miseria de los hospitales, los estantes de las farmacias, el deterioro de las viviendas, para concluir que el país se hunde lentamente.
De Venezuela se apoderó una pereza colectiva, somos una nación de brazos cruzados. Un país enfermo, pero no incurable. Hay una crisis de hombres capaces de un gesto viril, para acabar con la dictadura arrogante de Nicolás Maduro. Seguimos esperando un Cristo que entre a latigazos –como una vez lo hizo en el templo- y saque del poder esta casta “izquierdista” que asaltó el poder.
Interesada no en llegar a una solución de la crisis, sino siempre próxima a la caja de los petrodólares.
No hay proyecciones ni en lo económico, geopolítico, social o cultural. Basta escuchar los insultos diarios de Diosdado o las declaraciones de los Ministros, cada vez más con desvaríos, para concluir efectivamente en lo que dice el Secretario General de la OEA, Luís Almagro, “Venezuela va hacia una petrificación militarista”. La Canciller Delcy Rodríguez dice que dependemos del año chino del gallo. Es la hazmerreír de la comunidad internacional. No hay duda, Venezuela es por ahora un país estático, perdió el dinamismo que una vez tuvo en el Pacto Andino, la OPEP, Contadora y otros escenarios internacionales.
El Vicepresidente de Colombia ha dicho que el gobierno de Maduro es un desvarío democrático.
Pero a pesar del lógico pesimismo que se respira porque no se advierte salida al contemplar un pueblo sin fuerzas para imponer su voluntad, hay que seguir insistiendo en denunciar esta dictadura, en hablarle a la juventud venezolana, para que lejos de seguir mirando las trochas, el avión o el barco para abandonar el territorio, invitarlo a emular de nuevo la batalla de La Victoria, donde universitarios y seminaristas vencieron al tirano José Tomás Boves.
Aunque no está en la impaciencia el camino de lo deseable, al pueblo hay que reforzarle la esperanza. Necesitamos hombres decididos a llevar adelante una táctica para salir cuanto antes de esta pesadilla. Cuando sabemos en lo que andan los países del acuerdo del Pacífico (México, Chile, Perú, Colombia, Costa Rica y Panamá) con los beneficios que están recibiendo es cuando pareciéramos desesperar por sacar del poder esta raza de víboras que nos gobierna. Pero como dice el dicho popular: “Quien espera desespera. Quien desespera no alcanza; por eso es bueno esperar y no perder la esperanza”.