“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció” (Is. 8, 2-9,3). El Evangelista San Mateo, uno de los discípulos escogidos por el Señor, se da cuenta de que esa profecía de Isaías, de unos 700 años antes de la llegada de Cristo, se estaba cumpliendo ante sus propios ojos. (Mt. 4, 12-23) Jesús es la “gran luz”.
Sabiendo, entonces, que Jesús es nuestra luz, a El debemos seguir, como lo hicieron los discípulos escogidos por El. Pero es bueno recordar que el Señor nos escoge y nos llama a todos para ser sus discípulos y seguidores. Y el Señor llama de muchas maneras y en diferentes circunstancias a lo largo de toda nuestra vida.
Sucede, sin embargo, que la voz del Señor es suave y el llamado que hace a nuestra puerta es también suave. No nos obliga, no nos grita, ni tampoco tumba nuestra puerta. El Señor es gentil. No nos doblega, ni nos amenaza. Pero siempre está allí, llamando a nuestra puerta. Somos libres de abrirle o no. Somos libres de responderle o no. El llamado es para seguirle a El. Puede ser en la vida de familia o en la vida religiosa o hasta solos en el celibato.
Hemos sido escogidos por El para seguirle. “Ven y sígueme”, le dijo a sus primeros discípulos. “Ven y sígueme”, nos dice a cada uno de nosotros también. Y seguirle a El implica muchas veces ir contra la corriente, ir contra lo que el mundo nos propone. Seguirle a El es ser como El y es hacer como El.
Y ¿qué hace Jesús? ¿Qué nos muestra Jesús con su vida aquí en la tierra? Lo sabemos y El nos lo ha dicho: “He bajado del Cielo no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn. 6, 38). Seguirlo a El es, entonces, buscar la Voluntad de Dios y no la propia voluntad. Es hacer lo que Dios quiere y no lo que yo quiero. Es ser como Dios quiere que sea y no como yo quiero ser.
A veces creemos que por ser Católicos, bautizados, ya tenemos asegurada la salvación. Ciertamente nuestro catolicismo significa que tenemos a nuestra disposición todos los medios de salvación que nos llegan a través de la Iglesia por Cristo fundada. Pero no basta.
No basta decir yo tengo fe, yo creo en Dios. Ya eso es algo. Pero no suficiente. Esa fe tiene consecuencias. Recibir el mensaje de Jesucristo con fe, hoy, es seguirlo en el cumplimiento de la Voluntad de Dios.
¡Cuidado, porque podríamos quedar fuera! ¡Cuidado, si no nos dejamos iluminar por esa “gran luz” que es Jesucristo nuestro Señor! ¡Cuidado si no aceptamos su mensaje de salvación! Porque “el Señor es mi luz y mi salvación. Lo único que pido, lo único que busco es vivir en la casa del Señor toda mi vida” (Sal. 26).
Y, para vivir en la casa del Señor eternamente, es necesario comenzar a vivir en su casa aquí en la tierra. Y eso significa vivir en su Voluntad siempre y en todo momento. Que así sea.
¿Cuál es la Voluntad de Dios?