El semiárido larense está a las puertas del oeste de esta ciudad desde hace muchos años, trayendo consigo dos vertientes bastante contradictorias: una, la ausencia del agua y del verdor, con su consiguiente efecto climático y otra, la belleza de sus cielos, caracterizados por su azul intenso en contraste con sus nubescuyos nombres —cirros, estratos y nimbos— dicen poco para nombrar la variedad de formasque toman a lo largo del día, en esta zona de vientos generados por el encuentro de tres corrientes de aireprovientesdel piedemonte andino,del Abra de Aroa y de la sierra de Coro.
Los seres que habitamos esta tierra, a su vez podemos estar en los extremos o en variedades de lo que podríamos llamar el “asombro cotidiano”,por ser testigos de excepción de la variedad de colores y formas caprichosas que el cielo toma a lo largo del día, especialmente en lo que podría ser su escenario natural y recurrente: El Valle del Turbio. El otro extremo, es de quienes a lo largo de los años han atentado y siguen atentando, contra el caudal de su río y sus riberas, que antes fueran de un verde espléndido y que ahora gracias al “saque” que más bien pareciera ser “saqueo” de su arena, parecieran imágenes de la desolación ambiental. Entre ambos extremos, con variados matices, están quienes pudiendo salvar el Valle del Turbio, mediante regulaciones y acciones educativas y eco ambientales, no han hecho nada, aunque afirmen alguna vez que harán algo. Así mismo, los que no ejercemos nuestros derechos ciudadanos para exigir salvarlode la depredación humana.
El arte, que pareciera ser la única utopía posible en medio de las decepciones de las que prometían la redención social, nos da la posibilidad de redención simbólica a través de la obra plástica de Jesús Armando Villalón, quien erigido en especie de cronista visual del Valle del Turbio, no sólo nos ha mostrado su devenir, a la manera de constancia artística sobre sus cambios y lenta desaparición, sino que nos recuerda siempre la belleza de esa especie de corredor cuyo variado —aunque disminuido— ecosistema la hace posible.Su relación con el valle, nacida desde la mirada y cultivada a lo largo de su vida, mediante la observación minuciosa de sus cambios a lo largo del día,es también una constancia plástica de “su” valle que es también el valle de todos los que habitamos esta meseta. Logró mirarlo desde un ángulo de 180 grados durante una década, período en el cual construyó casa sencilla que le permitiera ser testigo privilegiado desde que el amanecer despunta hasta que la tarde cae, del objeto de su pasión, convirtiéndose él mismo en depositario de imágenes producidas por el efecto de los cambios de la luz a lo largo del día.Y llevara a muchos de sus habitantes, a creer en extraña paradoja, que el valle tenía las brumas o la fuerza del color porque Villalón, quien se considera paisajista, lo ha pintado de dicha manera.
Quien se considera autodidacta, fue alumno en Madrid, del Estudio Arjona y en su taller, del reconocido pintor y maestro Rogelio García Vásquez. En ambos y por dos años, demostró una envidiable disciplina que guiaría su interés por el conocimiento de nuevas técnicas plásticas y potenciaría su indudable talento artístico. Experiencia que aunada a la observación analítica —en los museos— de los grandes pintores, le llevarían a escoger el Valle del Turbio como tema en homenaje a su ciudad y a dedicar una buena parte de su vida, a recordarnos que su belleza sigue ahí, como un regalo gratuito que hemos de proteger y de cuidar, pues la naturaleza acusa no solo el daño, sino el descuido humano.
El paisaje urbano también es de su interés, a la manera de quien desea pintar sus ruidos y disonancias, en contraste con sus “Divinas Pastoras” que parecieran moverse en medio de sus devotos, en una especie de recogimiento no ausente de alegría, como corresponde a sus orígenes sevillanos. Temas que parecieran ser de todos los habitantes de estas tierras y probablemente la razón que guiara el merecido otorgamiento de la Condecoración de la Orden “Divina Pastora” en su segunda clase, el pasado 14 de eneroa nuestro artista plástico, asunto que ha generado en quien se caracteriza por la bonhomía, muchísima alegría. Su obra habla por sí misma y como decía Lewis Carroll, “La gente puede dudar de lo que dices, pero creerá en lo que haces”.