Los recientes mensajes de solidaridad mutua entre Henrique Capriles y Leopoldo López son un contundente tapaboca a los cotilleros que critican todo, sembrando cizaña y desánimo entre grupos opositores.
Confirman que existe una pléyade de nuevos dirigentes con altura e hidalguía, unidos en lo fundamental, así discrepen en enfoques y tácticas ante el adversario común.
Es perfectamente legítimo que todo político opositor tenga aspiraciones personales de futuro; al igual que es lógico y útil que ante la actual catástrofe surjan distintos diagnósticos, enfoques, ideas y tácticas.
Lo indecente son los ponzoñosos bochincheros que llenan columnas y medios, infamando sin pruebas la motivación, honorabilidad o coraje de quienes dentro de Venezuela ponen el pecho por la libertad.
Las dimensiones de la crisis económica son tan abrumadoras, tan insolente el abuso de poder, tan descarado el atropello a la Constitución, y tan desvergonzada la corrupción, que es simplista plantear con maniquea arrogancia que un solo elemento o línea de acción podrá efectivamente restaurar la democracia.
Todas las vías de lucha tienen su valor; pero en esta compleja situación ninguna puede, por sí sola, tener éxito. Para derrotar a una tiranía totalitaria hay que conjugar muchos factores sociales, económicos, políticos y militares para variar la correlación de fuerzas reales.
El país no necesita otro líder mesiánico ante el cual todos deban plegarse; o repetir tonterías gestuales e histriónicas, como esa ridícula abstención de 2005 que entregó al régimen el control total del TSJ, CNE y todos los demás poderes.
La verdadera deslegitimación de una dictadura deriva de su propio expediente y errores, no de las palabras o pataletas de sus adversarios. En 1933 el dictador cubano General Machado declaró “a mí no me tumban con papelitos”. Días después salió eyectado por el Ejército Nacional.
Aquí no hace falta golpe de estado: Basta con que una mayoría del sector castrense respete a todos los poderes legítimos del Estado por igual, y se niegue a cumplir toda orden inconstitucional o inhumana para que todo el tinglado se venga abajo.
Las grandes mayorías opositoras y de la dirigencia responsable siguen unidas en busca de soluciones incruentas, democráticas, constitucionales y electorales. El Internet sirve para la comunicación efectiva, pero jamás podrá reemplazar a las urnas electorales.
Si no existiese un instrumento de coordinación de unidad democrática, habría que crearlo. El existente se podrá mejorar, pero deshacerlo sería como vender el sofá. A marchar todos el 23