Se ha puesto de moda la palabra desacato, para justificar el desconocimiento del Poder Ejecutivo al Poder Legislativo. La palabra atendiendo el diccionario significa entre otras cosas falta de respeto, injuria, insulto, insubordinación, desobediencia, insumisión.
Qué difícil ha sido en el mundillo latinoamericano hacerle entender a los pueblos, políticos y militares que el Presidente de la República no es el dueño del Estado. Que ese llamado Jefe de Estado es transitorio y que ese componente de territorio, población y gobierno es lo permanente. Maduro no es el Estado venezolano.
Arrastramos la tara del caudillismo y poder ejecutivo casi es sinónimo de propiedad de un Estado. Aun los presidentes electos creen en una especie de exclusividad presidencial de decidir por el Estado. Hay que conceptualizar entonces a los gobiernos democráticos de Latinoamérica más bien como lo que Jacques Lambert llama “regímenes de preponderancia presidencial”.
Quien en Venezuela está verdaderamente en desacato es el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial que han secuestrado la Constitución Nacional y la aplican a su saber y entender y a sus conveniencias. Y como el principio de la separación de los poderes ha desaparecido hay que calificar con propiedad este régimen como una dictadura, que al juzgarla por violación de los derechos humanos, se convierte en lo que Bodino llama “cruel tiranía”. Maduro ya no es presidente, no es dictador, es un tirano. Y desde Pericles a Pinochet, ese ejercicio del poder es calificado así. Hay una incompatibilidad entre democracia y despotismo.
Insistimos en anteriores artículos en que el régimen venezolano es una medusa de tres cabezas con ideología marxista, relacionada con el narcotráfico y militarista. El marxismo, ya lo decían Lenin y Engels, no cree en la democracia. Las denuncias que internacionalmente se han hecho de los jerarcas del régimen respecto a sus vinculaciones con el comercio de la droga y el ejercicio del poder y sujeción ideológica al régimen de los militares, confirma plenamente esa trilogía.
No está esclarecido si la dictadura de Maduro se le ha escapado de las manos a su propio partido y si el nombramiento de Tareck El Aissami ha sido una decisión extranjera en la que han participado Cuba e Irán. Los acompañantes del dialogo debieran analizar esta variable que pudiera explicar la negativa de la oposición a seguir en negociaciones donde una parte antes de acordar algo debe llamar a La Habana y Teherán.
Está en desacato según el concepto enunciado Maduro que es quien a diario insulta, irrespeta, calumnia, injuria, miente, no acata la Constitución, le falta el respeto al pueblo venezolano al exhibirse con una imagen sin sindéresis y en desobediencia a la separación de los poderes. A Maduro hay que recordarle lo dicho por el poeta inglés Robert Southey: “El furor de la intolerancia es el más loco y peligroso de los vicios, porque se disfraza con la apariencia de la virtud”.