Su humor no hiere, ni atropella, ni se burla. Más bien celebra la vida, valiéndose de cualquier excusa para reírse de sí mismo. Su carácter de docente es glorioso camisón que jamás se quita.
Ramón Querales es, además, ejemplo de superación personal y de un desprendimiento que llega a colmar su hoja curricular de vocaciones, misiones y aventuras, en los más dispares escenarios. Es un andariego de la generosidad, un paladín de la sencillez y de la disposición a servir.
Sus experiencias revientan a borbotones, a modo de chispazos de gozo, en el curso de la conversación. Profesor de inglés y español (Universidad Pedagógica Libertador, 1972), con maestría en la enseñanza del inglés como segundo idioma extranjero (Universidad de Nuevo México, Albuquerque, 1975), este hombre tan remiso al estrés y a la severidad, quien se presenta en su cuenta de Twitter como un “jubilado no enchinchorrado”, lleva siempre una sonrisa tatuada en su rostro, y una salida ocurrente a todo trance.
¿Será éste, acaso, el secreto de que a sus 67 años aparenta no más de 50? El reportero siente necesidad de aclarar que al dar inicio a la entrevista no tenía exacta noción de cuanto valor hay en su historia, que fue deshilachando con toda naturalidad, sin libreto ni pretensión alguna. Porque tampoco es un exhibicionista. De hecho, la primera pregunta la hizo él, y retrata de cuerpo entero su innata modestia.
-¿Por qué entrevistarme a mí? Le explicamos que esta serie de entrevistas en ocasión del 113° aniversario de EL IMPULSO, quiso prestarles escenario a los humoristas para exorcizar, a punta de gracia, ese número de mala suerte según algunos, el 13, que a nosotros nos sorprendió, precisamente, en la mala estrella de no poder circular por falta de papel.
-El 13 -nos ataja- es el número de la buena suerte. Al menos lo ha sido para mí. Fíjate, si cuentas las letras de mi nombre y el apellido, Ramón Querales, verás que suman 13; y son tantos, en verdad, los dones que he recibido a lo largo de mi vida, que cuando alguien, ante cualquier favor, me dice: “Dios se lo pague”, yo respondo convencido: “¿Qué me va a estar pagando Dios a mí?, ¡si le debo tanto!”
-¿Usted nació enmantillado, como decían antes? ¿Siempre lo ha guiado la buena estrella?
-Yo nací en Aguada Grande, en la pobreza casi extrema. Sólo tengo una foto de mi precaria niñez, borrosa y en blanco y negro. Fuimos 8 hijos, todos sin padre. Yo soy un hijo del placer. Crecí con el apoyo de mi hermano mayor. Vine al mundo en el ’49, y… ¿sabe cuándo me contaré los años?: únicamente cuando no tenga más que contar. Una cosa sí digo a todo quien desee oír: la pobreza no es un factor que impida a nadie luchar y salir de abajo.
Sostengo, firmemente, que la razón de la existencia de todo ser humano es ayudar a los demás.
-¿Qué tan cerca estamos de ese ideal?
-No podemos resignarnos a ser un país de egoístas, centrados en nosotros mismos. Fíjate en EL IMPULSO, que comenzó como un sueño de Federico Carmona, en una Carora atrasada. Tenía una imprenta que sólo podía editar unas 60 hojitas por hora, pero por su altruismo y vocación de servicio el fundador se armó de disciplina, paciencia, perseverancia, y eso se lo transmitió a su descendencia, hasta el día de hoy.
Éste es un periódico que en sus 113 años jamás ha sido genuflexo, y si se arrodilla es para orar. Ahora este diario forma parte de la idiosincrasia larense, y eso no se lo podrán arrebatar, por más que lo acorralen y no le den papel. Escribir en EL IMPULSO es un privilegio. Mis compañeros de página sienten lo mismo.
-¿Se ha metido en problemas por sus chistes y mofas, en su columna dominical Parafraseos?
-En promedio, de cada diez mensajes que recibo por el correo electrónico, sólo uno es un insulto.
-A ver, ¿qué le dicen?
-Los chavistas dicen que a juzgar por mis chistes debo ser un burgués, gordo, tomador de güisqui. ¿Yo burgués?, ¿gordo?…, ¡si hasta vegetariano soy, y maratonista! Es, en verdad, un arsenal verbal que no debe amilanarnos. Cuando todo el mundo te pide que declines, que tires la toalla, hay en cambio alguien que te susurra al oído que lo intentes una vez más. Ese alguien es la esperanza.
-¿Lo confunden con el otro Ramón Querales, el Cronista, fallecido en octubre de 2015?
-Sí, claro. ¡Hasta me llaman poeta! Él, que era un gran estudioso de la historia, me dijo que éramos primos lejanos; pero nacimos en pueblos cercanos, él en Matatere y yo en Aguada Grande. Ramón, el otro, y yo, nos conocimos.
Él vivía hacia los lados del Obelisco. Los dos escribíamos, primero, en el encarte dominical de El Nacional, pues Graterolacho nos daba cabida, y después coincidimos aquí, en EL IMPULSO. He escrito cuatro libros, todos clandestinos, el último en inglés. Mis versos están recogidos en Poesía de a Centavo (1992). Además escribí un Anecdotario Familiar (1995).
Mi vida es una anécdota, la cual se diferencia del chiste en que es algo que pasó, no es ficción.
-Si se le pide que cuente una anécdota, ¿cuál escogería?
-Hay una que me abrió las puertas del primer trabajo. La universidad estaba cerrada y no podía perder el tiempo, tenía que asegurar la subsistencia de la familia. Fui a buscar empleo en Riley, una tienda por departamentos, donde por cierto conocí a Reina, la que sería mi esposa.
El gerente me advirtió que le gustaba el tipo de gente que conecte con los clientes. “Cuénteme una anécdota, y si me gusta le doy el trabajo”, me lanzó como reto. Le narré que la primera vez que mi familia fue a la playa, hace 47 años (tenía yo 20), justo al pasar por la quebrada Guardagallos mi mamá, que iba en uno de los asientos traseros del vehículo, sintió un olor fétido; pero al instante presumió que se trataba de la traviesa flatulencia de alguno de sus muchachos. Entonces se acercó y nos anunció, en voz baja, pero firme, al oído: “Hijos, qué barbaridad, ¡mañana los purgo!” Al terminar de contar la anécdota, el gerente gritó eufórico: “Tienes el trabajo, ¡empiezas mañana!”
-¿Cómo logra vencer las adversidades?
-Bajo la adversidad siempre yacen oportunidades. Ayuda resistir, y poner los pies sobre la tierra. Fíjate, Winston Churchill decía: “Si tú sientes que estás atravesando el infierno, pues sigue adelante”. Estancarse…, ¡jamás! La clave está en el hogar, en la escuela, en la iglesia, en la comunidad, en el ambiente, en el entorno familiar. Si lo reduzco todo, resalto tres factores elementales: el hogar, la iglesia, la escuela. Mis bendiciones personales: la familia, mi carrera, mi fe.
Esos son los pilares de mis 37 años en la docencia: 26 en Venezuela, 10 en los Estados Unidos (Distrito Escolar 750, Cold Spring) y uno en China (Universidad de Estudios Extranjeros de Tianjin). Pero antes fui taxista en el aeropuerto de Miami, hice de pedigüeño en Minnesota, para traer donaciones en juguetes y becas a los alumnos de las escuelas de Aguada Grande. Allí construimos un kínder que no existía.
He visitado 37 países, en muchos casos en labor humanitaria, para la entrega de ayuda directa a la población más pobre, como es el caso de Guatemala.
-¿Qué enseña en Estados Unidos, y en la China?
-Actualmente vivo en Lake Mary, Florida. En Cold Spring, Minnesota, he trabajado en un distrito escolar dando clases de inglés, como segundo idioma, a inmigrantes de México y Centroamérica. En China hice grandes esfuerzos por documentarme sobre la cultura de esa milenaria nación.
Allí me ocurrieron dos anécdotas, una risueña y la otra muy triste. La graciosa es que cierta vez me empeñaba en que los alumnos dejaran de hacer tantas reverencias en clase, pues inclinaban la cabeza mientras yo les hablaba; no lograba que me miraran a los ojos.
Después de muchos intentos fallidos les pedí que dejaran de sentir vergüenza y me dieran la cara. Fue entonces cuando una de las chicas se armó de valor, para aclararme tímidamente: “No es por vergüenza, teacher, es que usted tiene abierto el cierre del pantalón”.
-¿Cuál fue la experiencia triste?
-Ocurre que en China la gente mantiene mucho la distancia entre ellos, les cuesta abrazarse, nunca le dicen “te amo” a otra persona. Hice las veces de psicoterapeuta y pedí, a modo de ejercicio, que en el salón de clases se mostraran afecto, y que una muchacha le dijera a un muchacho esa simple y mágica frase: “Yo te amo”. Lo hicieron, pero vale más que no.
Empezaron a llorar…, ¡todos! No podían soportarlo. Me contaron que ante la prohibición de tener más de un hijo, todos los alumnos que yo tenía eran hijos únicos.
Ocurre que la familia china siempre anhela que ese único hijo sea un varón. Una hija hembra es prácticamente una deshonra, una desilusión. Esa era la desgracia de todas las niñas. Sabían que ellas al nacer no habían sido la felicidad de sus padres.
-¿Alguna fobia?
-Si hay algo de lo que huyo es la fama, y la riqueza. Con la fama pierdes tu libertad. Por eso todo famoso anhela su privacidad. Yo puedo ir a cualquier plaza Bolívar y comerme un cambur, sin conmoción alguna. Viajo en buses, montado en lo que sea. Además, ser rico te quita lo espiritual, te aleja de Dios. La situación del país brinda la oportunidad de ejercer misericordia, la caridad. Sueño con venirme a donar mi tiempo.
Seré feliz cuando pueda ir por todos los montes y ciudades del país, en busca de alguien a quien ayudar y tenderle la mano.
-Y, volviendo al 13…-La supuesta fatalidad del 13 depende de la cultura de cada sociedad. Es un asunto cultural. En Estados Unidos, en los países anglosajones, le temen al viernes 13. En Italia la mala suerte la da el 17, y tienen una frase: “fare tredeci”, que asocia al 13 con un gran golpe de suerte.
Por eso creo que mirar al 13 como de mala suerte es superstición, y la superstición va unida al temor. ¿Qué hace el temor?: te inmoviliza, te baja la autoestima, hace que no des un paso al frente. La adversidad son hechos, no ficción. Siempre existirá.
Yo era el niño más pobre de la escuela, pero el segundo mejor estudiante. Cada quien se fija su destino. Mi esposa y yo nos divorciamos a los 25 años de casados, y nos volvimos a casar, ¿por qué?, ¡porque el divorcio no funcionó! Tenemos tres bellos hijos, profesionales, unidos a tres bellas parejas.
Sólo les dimos educación. En nuestra familia conviven cuatro nacionalidades: nosotros venezolanos, un hijo casado con una americana, una hija casada con un israelí, el otro hijo con una portuguesa.
Esa es una bendición que nosotros mismos forjamos con la fórmula ya indicada: disciplina, paciencia y perseverancia. De allí que haya hecho mío este lema: Si te caes diez veces, pues levántate once.