Mi página está en blanco, como la del año que se inició hace 11 días. Todo está por ser y hacerse. El futuro es siempre una incógnita, pero quizás nunca lo palpamos tanto como cuando arranca el año nuevo. Nos hacemos votos porque éste sea mucho mejor que el que murió. En Venezuela, sobre todo, tenemos esa ansia -imposible de disimular- porque así sea, pues 2016, el pobre, cargó con todo lo contundentemente malo: aumentaron precios, inflación, criminalidad, desabastecimiento, insalubridad, disparates gubernamentales y el país entró en picada. A punto estamos de estrellarnos… si es que no lo estamos ya. Estrellar viene de estrella, pero aquí no hay nada de rutilante, por el contrario, todo es opaco y triste. Lo de estrellarse resulta así un oximoron.
Mi página en blanco se ha comenzado a llenar espontáneamente con el párrafo anterior. No lo tenía previsto, no tenía ningún plan, simplemente salió para romper la virginidad de la página. El azar la puso encinta. Y no me gusta esta gestación. No es de mi agrado que mi primer artículo del año para El Impulso -que ya no saldrá en edición escrita por la proverbial mezquindad con el papel de un gobierno que teme y coarta la libertad de expresión- encima, salga con planteamientos negativos, ¡no! Me rebelo. Lo mío es levantar la frente y marchar hacia adelante con fe y optimismo. ¿Por qué soy así? Para no pocos resulto ilusa o loca, tal vez tengan razón, pero prefiero la ilusión o la locura al desaliento. No creo que nadie en la historia haya construido algo con éste, sino más bien ha sido la termita que ha corroído excelentes proyectos. Si examinamos la biografía de los grandes constructores de la civilización, los luchadores triunfantes por la libertad de sus países, los santos fundadores de instituciones benéficas, apostólicas o educacionales, encontraremos a personas que jamás se entregaron a la desesperanza, sino que se sobrepusieron a las derrotas y más bien se apoyaron en éstas para cobrar nuevo impulso.
En cambio he visto cómo los pesimistas, aprensivos y profetas de calamidades han labrado su propia desgracia: la vida les salio mal porque su espíritu negativo les impidió siempre levantar cabeza. El fracaso y el infierno son obra exclusiva de dos actitudes muy personales: fatalismo y soberbia. Los afectados de estos males al menos deberían quedarse callados y abstenerse de escribir, porque contagian a otros de su “entusiasmo” por la crítica destructiva y la visión amarga del futuro, ¿y qué ganan con eso? ¿Acaso atraer adeptos para el escepticismo? ¿Levantar el ánimo del pueblo para que luche por la recuperación de su patria? Es sólo una triste actitud –tal vez mejor decir pose- para presentarse como inteligentes, conscientes e interesantes visionarios del fracaso ajeno, ¡vaya gloria!
Es más convincente y útil enfrentar la adversidad con el optimismo y la verdadera alegría de la pujanza creadora.