Todos, seguramente sabrán que la imagen de la Divina Pastora data de 1703, de la época en la que Fray Isidoro de Sevilla comenzó a registrar intuiciones místicas -inclusive apariciones eventuales de María bajo esta advocación-; y luego, en épocas de la colonia, con la propagación de los frailes capuchinos en América Latina, esta advocación llegó a Venezuela para penetrar en el imaginario social de los venezolanos, unirse a la diversidad popular que caracteriza el santoral de la Iglesia, y posicionarse como una de las expresiones de fe, amor y caridad en el pueblo barquisimetano.
No obstante, en un año como el 2017, con la elevada represión económica que vive el país, la inflación más alta de todos los tiempos, el segundo lugar en la lista de países más peligrosos del mundo, el hambre azotando los hogares del venezolano, y un clímax de incertidumbre merodeando la esfera política, económica y social; no basta conformarse con este referente histórico de María. Al contrario, en virtud de su visita Nº 161, y a partir de este escenario que connota desaliento, angustia y desesperación entre los conciudadanos de la República, es imperioso recapitular la esencia, la mística y el valor que tiene María bajo la advocación de la Divina Pastora, determinar quién es y qué papel juega en nuestras vidas, y evaluar cómo, a través del peregrinaje que se realiza con ella todos los 14 de enero, estamos llamados a impulsar un cambio trascendental en nuestras vidas, en el país, y en el tejido social que define el rumbo de la nación.
Por estas razones, y con el fin de atender a las interrogantes propuestas, el doctor en Mariología, Pbro. Antonio Larocca, explica que “detrás de la Divina Pastora hay una lógica espiritual, religiosa y devocional bastante amplia (…) una lógica que comienza con el entendimiento de María como madre del Buen Pastor, se sigue con la idea de María como madre de la Iglesia, y culmina con el elemento de su pastoralidad que nos invita a la vida sacramental, a la renovación permanente y al encuentro entre todos los hermanos espirituales que nos concede la gracia de Dios”.
Es por ello, que al hablar de la Divina Pastora se habla de una advocación profundamente relacionada con Cristo y con la Iglesia. “María, desde el momento de la anunciación, se hace pastora. Ella concibe al Cordero redimido, lo lleva en su vientre y lo acompaña durante el nacimiento, la educación, la vida pública, la pasión, muerte y resurrección… pero también se hace pastora porque cuida, guía y orienta a todos los discípulos del Señor, a los hijos que recibe al pie de la cruz, a través del discípulo amado, y que deciden acogerla en su corazón, albergarla y aceptarla como madre mediadora e intercesora de la gracia de Dios”.
“Es un ejemplo vivo de que María no solo engendró a Cristo como cabeza espiritual de la Iglesia; sino que además, por la gracia del Espíritu Santo y el misterio de la encarnación, engendró a todos los miembros de la Iglesia, los acompaña en su día a día, y los invita a participar de la fe con el ejercicio y la práctica constante de los sacramentos”, así lo destacó Larocca al comentar que “la Divina Pastora promueve y da valor a la maternidad, a la filiación y a la fraternidad que se genera entre Dios padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo y los feligreses que somos hijos y hermanos a la misma vez”.
Para él, esta imagen tan bucólica, campestre y natural de María, es una invitación para que el proceso de santificación en todo bautizado llegue a su máxima expresión, para que las virtudes teologales de la Iglesia (fe, caridad y esperanza) se materialicen en el corazón de los hombres, y los sacramentos no sean vistos como un simple acto de culto externo, efímeros y fugaces.
Caminar con Ella es renovarse, transformarse y cambiar
Ahora bien, entendiendo esto, y “si el motivo por el cual se participa en la procesión de la Divina Pastora es la fe, hay que sumarle a la reflexión el hecho de que la fe cristiana no es esquizofrénica; al contrario, es una fe que nos acerca a la realidad personal, social y eclesial desde la definición más auténtica de la misma. No desde la cosmovisión que podamos construir a partir de presunciones intelectuales, metafísicas, filosóficas, políticas, económicas, ideológicas, sociales, profesionales e interdisciplinarias, no. También debemos asumirla como la semilla que Dios siembra en nuestros corazones para invitarnos a construir la Ciudad de Dios en el mundo”.
Asumirla –comentó Larocca- como un motivo suficiente para que nuestro paso por la tierra, nuestra muerte y la razón de nuestro existir no sea en vano, estúpidamente, y sin haber cumplido el absoluto del bienestar ciudadano (por aquello de que somos hermanos) el bienestar del pueblo de Dios (para alcanzar la tierra prometida) y el absoluto del amor al prójimo que es amor a Dios mismo en su máxima expresión (por aquello de que estamos hechos a su imagen y semejanza).
Es, un motivo suficiente para que el ciudadano, el que camina con María, el que la carga, la siente y la padece, comience un proceso de auto-concientización, determine quién es, qué tipo de creyente es, y hasta qué punto está en comunión-unión con lo que profesa, así lo sugirió el experto para ratificar que María no es una entidad abstracta y/o ajena a la realidad de los hombres en el mundo, sino que está allí, cerca de los hombres, esperándole para consolarlo, abrigarlo y encaminarlo por los caminos del bien.
En otras palabras –explicó el sacerdote- la procesión de la Divina Pastora, la de cualquier otra advocación mariana o la de algún santo vinculado con diversidad popular del santoral de la Iglesia, es un momento para rendir cuentas a Dios por cómo –a partir del circuito de acción de los cristianos- nos hemos comportado en el mundo, en la sociedad, en el trabajo, en la familia y en las relaciones de cualquier índole. Mostrarle qué tipo de ciudadanos, venezolanos y larenses somos, manifestar a viva voz si nos hemos dejado contaminar del secularismo, el consumismo, el relativismo moral o de cualquier otra ideología que de pasó a la dictadura del ego, del egoísmo y la descristianización; pues así, de este modo, podremos sincerarnos con María -tal y como lo hacen los hijos con sus madres- y dejarla entrar en nuestros corazones para que los sane, los enmiende y los mejores como es el designio de Dios.
Esto, porque la Divina Pastora es un llamado para que todos nos renovemos espiritualmente, para que reflexionemos y descubramos que en tiempos como los de ahora es necesario la solidaridad, la fraternidad, la unión y el encuentro como hermanos, el servicio, la buena voluntad, la disposición para salir adelante, para progresar y crecer como ciudadanos, como católicos, como miembros de una misma sociedad y como habitantes del mundo, así lo puntualizó Larocca con la intención de que este año, durante la procesión número 161 de la Divina Pastora, todos los venezolanos entiendan que “los cambios son producto de la conciencia histórica, y por tanto, si no existe esa conciencia histórica, no sabremos descubrir lo bueno que trae el mundo, las cosas menos buenas que tenemos que superar y nos quedaremos enfrascados en fracasos y en planes ajenos a la voluntad de Dios”.
Lo que significa que la experiencia de caminar con María no puede pasar en vano, debe tener un sentido de renovación espiritual profunda y más ahora, cuando Venezuela necesita de hombres y mujeres con valor, dispuestos a renovar todas las esferas de la sociedad, purificar el tejido enmohecido y sembrar, con esperanza y optimismo, nuevos horizontes para la paz, la justicia, la solidaridad y la libertad de su pueblo. Es entender que María llama a la conversión no a uno, sino a todos los venezolanos sin distinción porque sufre, ruega e intercede por nosotros, concluyó Larocca.