Durante los últimos 18 años los líderes políticos del comunismo del siglo 21 han tratado a los productores del campo, agricultores y ganaderos, como empresarios sin escrúpulos a quienes solamente les importan las ganancias exageradas y por ello se colocan de espaldas a las necesidades populares.
Convencidos y convenidos con este concepto han expropiado, confiscado y arrasado con tierras y rebaños que eran el soporte para la producción de alimentos a nivel nacional, todo bajo el aplauso y la algarabía de compatriotas inconscientes de que algún día este demoníaco proceder culminaría en una hambruna tal y como la estamos sufriendo o comenzando a padecer.
Nunca estos ideólogos de manuales comunistas abreviados pudieron conectarse con el sentimiento real y profundo de los productores agropecuarios venezolanos, pero como nunca es tarde y aunque ya entraron en barrena, por lo menos para que lo lean como repaso de sus monumentales errores sobre la comprensión de las motivaciones que animan a los trabajadores del campo, transcribimos unas palabras del amigo Mario José Oropeza, presidente de Asocrica, en una de sus intervenciones en jornadas ganaderas:
“Para los hombres que trabajamos con la naturaleza como piso y el cielo como techo todos los días amanecemos llenos de vida y esperanza, simplemente porque somos parte de los ciclos con los cuales Dios se hace presente entre nosotros.
Esta costumbre de levantarse temprano, es un escenario cotidiano y siempre nuevo mediante el cual la gente del campo le decimos al mundo que estamos en la vanguardia de la vida porque en colaboración con la tierra, el agua y los rayos del sol producimos los alimentos que son indispensables para la subsistencia humana. No le tenemos miedo ni a las lluvias ni al verano, frente a cada amenaza del ambiente sacamos fuerzas del espíritu para imponer nuestra voluntad sobre las inclemencias. Sabemos que Dios aprieta pero no ahoga y que si logramos mantenernos de pie ante los embates del clima permaneceremos en los ciclos de cada amanecer.
Sí, para nosotros los agricultores y ganaderos cada día es un comienzo y cada comienzo es una esperanza, este sentimiento es lo que nos tiene amarrados a la tierra, porque para nosotros el estar junto a nuestras plantas y animales no es negocio, ni siquiera un trabajo, es nuestra justificación existencial, es la forma como le expresamos a nuestra familia y al mundo que estamos vivos y que la vida vale la pena porque la compartimos en el gran escenario de la naturaleza.
No le tenemos miedo al agua, al sol, al viento, estamos acostumbrados a sus furias y sabemos entendernos con sus cambios de conducta. A quienes tememos los hombres del campo es a nuestros semejantes, quienes ubicados en cargos de poder político muchas veces no entienden que sus decisiones pueden arruinar un esfuerzo de años, de generaciones, de siglos, porque así es nuestra relación con la tierra, una alianza que se traba durante tiempos prolongados, tiempos de espera, tiempos de lucha, tiempos largos que son indispensables para lograr éxito en las tareas productivas. Tiempos que sufrimos y gozamos, tiempo que dignificamos porque están tutelados por la esperanza”.
Esta es la moral de nuestros productores, una moral campesina, sencilla y permanente, afincada en lo religioso y hermanada con el autentico patriotismo. Palabra cierta.