Ya no sé hacia dónde vamos, solo sé que quema y aterra el infierno en el que nos han convertido la vida, empezando por la negativa al derecho de tener una existencia digna. Irónicamente en esta alborada de Año Nuevo se siente como si fuera el declinar del porvenir en cada esquina, en cada rostro, en cada circunstancia, en todo. Penurias, hambre, coacción, medidas locas y absurdas, nada de eso ha cesado, por el contrario van en aumento igual que la corrupción y la indiferencia ante la espantosa carestía y la gran escasez de medicamentos que no aparecen. A esto se suma la arremetida feroz contra la libertad de expresión e informar de la prensa libre, sometida a todo tipo de abusos y represalias. Lejos vemos el asomo de un porvenir en el que llegue la paz que sigue siendo arrasada por la maligna e incansable mano del capricho.
Tampoco cesa el abuso de obligarnos a madrugar a hacer cola para conseguir algo de lo que necesitamos en la casa.
Loca canción del tumulto que corre y se desliza abrumada, cúmulo de voces y de gritos, extraña forma de esperar a que desaparezcan las angustias de la espera. Tan extraño se vive en este “socialismo” que la voluntad se quema y se cansa de esperar inútilmente lo que no llega. Estar allí es sentarse a leer para restituir el tiempo perdido y a esperar aún sin esperanza; tristes mañanas encandilantes, repletas de sinfines irrespetos hasta querer anularnos ser nosotros mismos. Aceleradamente nos van anulando todos los derechos, así de cruel, así de espantoso es lo que vivimos en este caos erigido por la ineptitud y la codicia.
Cada día muere la libertad de una patria que fue valiente que siempre dio la cara y la batalla a la injusticia, esa que convierte hoy la vida en perenne calvario. Late en esta hora gris obscena pesadilla de horrores de encierro de inocentes y de sombras.
Qué no daría yo porque el día no entrara en la noche sin antes anunciar el anhelado amanecer de cambio y culminación de las atrocidades; qué no daría yo porque la maldad no venciera al bien, porque la mentira no venciera la verdad, porque la canalla voz del engaño no hubiera usurpado las libertades y derechos del pueblo para luego someterlo.
Alguna vez tuvimos una patria ¿Recuerdan? Esa que dejamos perder en el descuido, el engaño y la mentira. Olvidamos que la patria y la libertad se cuidan, se defienden y sin embargo las hemos ido perdiendo por falta de coraje y voluntad. No somos valientes. Por siempre nos perseguirá la sombra y el remordimiento de haberlo perdido todo en aras de la opresión.
El camino de los opresores es sin tregua, su trama frecuente es el incesante hierro candente, incompasivo que marca y destruye todo a su paso. Sus venganzas y odios no dan tregua; también debe ser sin tregua la lucha por la libertad y el derecho. Hay tiempo para recobrar lo perdido.
La prisión de nuestros defensores y adalides es oscura y macabra como el mal. Aunque encerrados sus cuerpos por la injusticia, sus almas y pensamientos no han perdido el poder libre de sus alas ni tampoco su estrella ha dejado de brillar, su fe de fortalecerse ni su espíritu de loar a Dios y enviar sus plegarias día a día, noche a noche. No hay consuelo mejor que el de la oración ni respuesta más segura que la de Dios, quien dirá la última palabra.
Para los condenados por la malévola mano de la injusticia y para la prensa libre a la que le niegan el papel para que no diga ni difunda la verdad, los laureles de la victoria y la libertad, florecerán cuando la mano justa de Dios ponga punto final a la macabra borrachera.