La muerte de uno de los fundadores de la invasión Brisas de Carorita III tomó por sorpresa a los vecinos, este jueves por la noche. En la brevedad de unos minutos fue cometido un doble homicidio dentro de uno de los ranchos de la comunidad. Los muertos se llamaban Erick José Martínez Sánchez (26) y Yasniel José Rojas Ocanto, de la misma edad.
La vivienda era propiedad de Martínez. La compartió hasta hace poco tiempo con la madre de sus primeros dos hijos. Después de separarse dejaron la casa vacía, pero Martínez decidió volver hace aproximadamente un mes y desde su regreso Rojas, quien tiene antecedentes por porte ilícito de arma de fuego, frecuentaba el lugar. Era una amistad reciente, pues ni los habitantes de la zona ni la familia de Martínez lo conocía.
La noche del jueves, en Brisas de Carorita, nadie escuchó ni vio vehículos alejándose con prisa del sitio del crimen. En la historia hipotética armada entre los habitantes del sector del norte de la ciudad los asesinos llegaron cuando los jóvenes preparaban la cena. A Rojas le dispararon en el pecho y la mejilla derecha y a Martínez en el pecho y el brazo derecho, aunque entre las calles oscuras retumbaron más de cinco detonaciones. Después de eso, salieron del lugar de la misma forma como llegaron, a pie.
De los siete años de haber comenzado a poblarse esa comunidad no perduran entre los residentes recuerdos de crímenes como este.
De Martínez saben que era “tranquilo”, sin problemas con los vecinos. No defienden de la misma forma a quien lo acompañaba. Lo habían visto poco. Hay quienes desde los primeros días de enero comenzaron a ver personas extrañas caminando por las calles con la actitud de quien busca a otro.
Justicia divina
Martínez era el primogénito de su familia compuesta por cuatro hermanos. Se había desempeñado como cocinero de un local de organización de eventos en El Ujano. Desde que dejó ese empleo solo obtenía ganancias de la venta de suero y maíz.
Deja huérfanos a tres niños, dos hembras y un bebé de dos meses de nacido. El último gesto que tuvo con ellos fue regalarles unas bicicletas reparadas por él mismo para dárselas en Navidad, recordó el padre.
“Ningún padre desea una muerte así para un hijo”, susurró.
El progenitor desconfía de la aplicación de la justicia. Por eso, dijo, se la encomienda a Dios.