Ya hace unos meses escribíamos en esta misma columna semanal, que este iba ser el año más difícil del los últimos años, pero claramente señalábamos que es falso que sea la peor crisis de la historia, y mucho menos nos sumaremos a “los profetas del desastre,” a los que pregonan un discurso necrológico y hecatómbico, según lo cual nos acercamos “al fin de los tiempos”, casi un apocalipsis, discurso nada esperanzador y que llama al exilio o el suicidio colectivo.
Hoy todo el mundo habla de crisis, y yo igual que todos, sufro de la escasez, la carestía, las colas, la delincuencia etc. Por esta misma vía he manifestado mi posición sobre las posibles causas de esta crisis, que resumidamente están en el agotamiento definitivo del rentismo petrolero, aunado a las deficiencias de este gobierno al no poder romper esa dependencia y por el contrario aumentarlas. Pero igualmente recae la responsabilidad sobre un sector de la oposición que ha provocado la inestabilidad política y económica y del empresariado nacional, que además de ineficiente y poco productivo, han tomado una actitud conspirativa contra este gobierno.
Pero a pesar de todas esta situación pienso, y no creo pecar por positivista ingenuo al afirmar que estamos en el clímax de la crisis, que hemos tocado fondo y que ya hay algunos signos de crecimiento: no solamente por el incremento del precio del petróleo sino por la producción en algunos bienes agrícolas, mineros, pesqueros, industriales, productos farmacéuticos, aumento de exportaciones, que nos hacen tener un optimismo moderado.
A diferencia de 1983, cuando con la caída abrupta en los precios del petróleo, se debatió por primera vez sobre el agotamiento del modelo rentista y su necesaria sustitución, pero lamentablemente poco o nada se hizo, no hubo cambios estructurales ni por partes de las políticas del gobierno ni el empresariado, que gracias a la devaluación de la moneda siguió dándole larga al modelo.
Lamentablemente los que ciframos la esperanza de que a partir de 1999 con el gobierno de Chávez se iba a dar inicio a un nuevo modelo económico de carácter socialista, esto no se produjo y por el contrario se profundizo el rentismo petrolero y ahora más dependiente del capitalismo mundial. Compartiendo la tesis de Juan Pablo Pérez Alfonzo, es imposible la siembra del petróleo; al modelo rentístico solo se le puede sustituir con la disminución abrupta del petróleo como principal energético o el agotamiento en los yacimientos, los cuales están muy lejos de la realidad o por la sobre producción y la caída de los precios que es lo que ha venido ocurriendo y deseamos que se mantenga.
Aunque pueda sonar chocante, somos optimistas en la medida en que el precio del petróleo se mantenga bajo y como ahora solo permita soportar las importaciones más prioritarias para poder levantar el aparato productivo. Esta crisis ha hecho posible por primera vez que el país entienda que no podemos seguir dependiendo de las importaciones y por ende de la renta petrolera, que durante 100 años no hemos producido casi nada, que somos importadores neto, que esto nos coloca en una debilidad no solamente económica sino de carácter político y geopolítico, nos hace vulnerable con respecto al exterior.
Así mismo, despilfarramos los servicios básicos que creíamos que eran eternos y hoy “gracias” a la crisis del agua y la electricidad- producto del fenómeno del niño y de las ineficiencias administrativas- comenzamos a entender que conservar el agua, la electricidad y la naturaleza es un problema humano, ético y de sobrevivencia. El petróleo nos internalizo el despilfarro, el creernos invulnerables, a gastar y gastar sin conciencia de que todos los bienes son finitos y de los daños que producimos. Hoy eso tiene que llegar a su fin, es un proceso traumático, no hay de otra manera, es el parto de una nueva sociedad y esto se hace con dolor y sacrificio. Es necesario sustituir la cultura del consumo y del despilfarro por la cultura del trabajo y la eficiencia. Continuará…