El humor, un salvavidas y un arma frente a la crisis en Venezuela

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Mariana Oquendo es enfermera en un hospital de Caracas y a menudo, dice, ve morir pacientes por falta de insumos básicos. Pero esta noche dejó la bata blanca en casa para ir a su terapia: un show de monólogos de humor.

Durante dos horas, Mariana suelta grandes carcajadas y trata de drenar también la angustia que le produce hacer largas colas para conseguir comida o peregrinar por farmacias buscando medicamentos escasos.

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Como ella y Enrique, el colega del Hospital Vargas que la acompaña, grupos de amigos y parejas pagaron menos de lo que vale un helado para que cuatro jóvenes les hagan reír divagando sobre dramas cotidianos, con algún guiño político.

«Venimos a distraernos, a reírnos… porque la situación en el hospital es patética. Hay pacientes que me afectan mucho, pero también el día a día», explica esta enfermera de 31 años.

Aunque por la crisis falte harina, papel higiénico o antibióticos, si hay algo que no escasea es el humor. No sólo como evasión, sino como herramienta catártica para sobrevivir y canalizar críticas contra el gobierno de Nicolás Maduro.

En las calles, los venezolanos bromean con que están flacos porque siguen la «dieta de Maduro», e inventan chistes sobre sus penurias y el gobierno.

Memes que muestran el billete de 100 bolívares -que Maduro decidió sacar de circulación provocando protestas- usado como papel sanitario o adornando arbolitos de Navidad proliferaron en las redes.

Esa capacidad de reírse de todo se volvió casi una necesidad, y los «stand-up comedy» se adueñaron de las carteleras.

«Venir al teatro es buscar un poco de salud mental dentro del caos», asegura Wilfredo Boada, un arquitecto de 59 años que asistió al show.

La amenaza del humor

Abajo y arriba del escenario, los problemas son los mismos. Verónica Gómez, una de las comediantes, vive con racionamiento de agua desde hace un año y batalla por conseguir medicinas para un familiar con cáncer.

«El humor nos salva de vivir en una miseria absoluta de espíritu», cree esta enérgica comunicadora de 33 años.

Aunque dice que la crisis la «devasta», Verónica madruga para que los venezolanos inicien el día riendo, en uno de los programas de radio más escuchados.

«Calma Pueblo» no tiene guión, es casi una conversación entre amigos basada en la actualidad.

Los otros humoristas son Manuel Silva y José Rafael Guzmán, quienes trabajaban en el programa nocturno «Chataing TV» que salió del aire en 2014 entre denuncias de «presiones políticas» del popular comediante y opositor Luis Chataing.

El recuerdo de ese episodio y el que varios de sus monólogos hayan sido censurados por las autoridades, los marcó.

Pero nada de eso les frenó para dedicar una canción a Maduro para su cumpleaños: una versión de «El barquito chiquitito» que cambiaron por «Narquitos chiquiticos», en alusión a dos sobrinos de la pareja presidencial condenados por narcotráfico en Estados Unidos.

«En tono de humor, denunciamos todo lo que vemos», dice José Rafael.

No obstante, el programa ha recibido llamadas de atención del gobierno. «Sabemos que les incomodamos pese a que también nos metemos con la oposición», señala Verónica.

Sólo hay alguien de quien no se les ocurriría burlarse: el fallecido presidente Hugo Chávez.

Humoristas que hacen llorar

Por bromear sobre el líder socialista y una de sus hijas, Laureano Márquez debió responder ante los tribunales. Su humor es lúcido y demoledor.

«El humor es una arma que tiene el ser humano para momentos de extrema dificultad y sobre todo de ausencia de libertad. No es casual que sea una de las actividades más florecientes del país», dice el comediante, quizás el más respetado de Venezuela.

Para su espectáculo «Laureano en un País de Maravillas», este politólogo de 53 años se empapa de la realidad del país para sacudir al público.

«La estamos pasando muy mal. Por eso nos reímos, no con la risa imbécil del que se ríe de su tragedia, sino con la risa pensativa del que la procesa a través del humor para intervenir en ella y cambiarla», afirma.

Pero, cabizbajo, confiesa: «Mi humor es cada vez más serio porque ya lo que está en juego es muy grave».

En una gira por México hubo gente del público a la que se le escapaban las lágrimas. Un señor le preguntó: «¿Cuándo va a contar un chistecito?, ¿cuándo me va a hacer reír?» «Disculpe, usted tiene razón, ya yo hago llorar», le contestó.

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