La economía venezolana ha colapsado, la democracia dejó de serlo y el país está en proceso de experimentar una ruptura del tejido social. Esa es la situación planteada al iniciarse el año 2017. Me permito plantear tres posibles escenarios que quizá podrían materializarse en este año.
Primer escenario: Elección
Frustradas las expectativas de un Referendo Revocatorio y perdidas las esperanzas en el diálogo, el malestar de la población frente a una escasez rampante y una profundización de la crisis se traduce en una creciente inestabilidad. La hiperinflación campea por sus fueros e inmisericorde carcome el poder adquisitivo de la población. Las manifestaciones populares se extienden por todo el país. La comunidad internacional también se impacienta y el aislamiento del régimen se hace evidente. Tal como lo hizo Mercosur, la OEA termina por pronunciarse. Enfrentadas a una progresiva ingobernabilidad, fuerzas que hasta ahora habían garantizado la permanencia del régimen ya no son capaces de mantener su disciplina interna y reclaman una solución. No están ellas dispuestas a reprimir al pueblo. La anarquía se extiende. La realidad es dura y termina por imponerse.
Ante su evidente inviabilidad, al régimen -acorralado interna y externamente- se le impone una convocatoria a elecciones generales. El rechazo de quienes saben que no tienen a donde correr no basta para impedir el curso de los acontecimientos.
Segundo escenario: Recomposición
El oficialismo se enfrenta a un caos. Temen ir a elecciones porque serían barridos y piensan que podrían desaparecer. Las encuestas muestran que cerca de un 80% de la población los adversa. Saben que por la vía de la represión es imposible controlar la coyuntura. Se establecen prioridades. La primera es conservar el poder.
Para lograrlo deben asumir sacrificios. ¿Cuál sería el sacrificio más viable? La respuesta es obvia. El presidente Maduro se ha transformado en un personaje incómodo que genera gran rechazo. Su salida después del 10 de enero permitiría al Vicepresidente concluir el período presidencial.
Saben que no bastaría con la salida de Maduro. Para mantenerse, quien asuma la presidencia deberá devolverle la cordura política al país respetando el equilibrio de los poderes y reactivando la economía. En el primer caso tendría que liberar a los presos políticos y hacer las paces con la AN. En el segundo caso tendrían que introducir cambios en la economía, buscar un tipo de cambio único y propiciar mecanismos para estimular la producción de bienes, mitigar la escasez y frenar la inflación.
La presión internacional se calmaría y los militares verían atenuado el riesgo de una inminente anarquía. Por su parte el Psuv dispondría de un tiempo para reorganizarse y poder continuar desempeñando un rol en la vida política del país.
Tercer escenario: Transición
Parece obvio que las cosas no pueden seguir por el camino que van sin que termine por producirse un estallido social. Cualquier chispa podría desatarlo. Ya vimos lo que ocurrió con el retiro de los billetes de 100. Las figuras más racionales reconocen el riesgo de un caos que pondría en grave riesgo la paz de la República. La revolución dejó de ser viable. Saben que podría reventar una vorágine de anarquía imposible de controlar por vía de simple represión. No desea sin embargo el régimen una salida electoral inmediata porque entienden que el PSUV podría enfrentar una posible extinción. Por eso se opusieron a un Referendo Revocatorio antes del 10 de enero que hubiese conducido a elecciones en 30 días.
Bajo tales circunstancias surge la posibilidad de un gobierno de transición. El mundo castrense se muestra impaciente. La prudencia lo aconseja y las circunstancias imponen una suerte de taima convenido entre las partes que permita la descompresión de las inmensas tensiones políticas imperantes: Un gobierno interino que otorgue ciertas garantías previamente negociadas.
Ese gobierno tendría que estar encabezado por una figura de gran prestigio que se comprometa a no lanzarse en el futuro como candidato presidencial. Una suerte de Ramón J. Velázquez, capaz de introducir correctivos a la gravísima situación económica que asfixia a Venezuela.
No es descartable que teniendo como meta la búsqueda de salidas pacíficas, ese gobierno de transición deba promover leyes de amnistía, tal como ocurrió en el caso de las numerosas dictaduras que asolaron a Latinoamérica en la década de los 80. Dictaduras como las de Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y otras terminaron aceptando resultados electorales y entregando el poder, sin disparar ni un tiro. Las amnistías aprobadas, al final del día, no ampararon violaciones a DDHH.
Una solución de ese tipo también sería bien vista por los militares y por la comunidad internacional. El país podría comenzar a transitar el camino de un regreso hacia la normalidad y se habría ahorrado inenarrables riesgos de una violencia desmedida.
@josetorohardy