Hoy, no podía faltar. Había avisado a la Redacción que me tomaría esta semana, y así ha sido en los otros seis periódicos en los cuales escribo, pero visto lo visto, he tenido que volver a decir presente en esta edición que será la última, por ahora, de un periódico que siempre ha dicho presente en nuestras vidas. Las personales y las comunitarias.
El Impulso siempre ha estado allí. Nuestros amaneceres empezaban con el grito del pregonero. Algo así como “puulsóoo” se escuchaba rompiendo el silencio matinal. Después eso cambió, como la nave del logotipo, pero el periódico siempre estuvo allí. Como sello de calidad de nuestro derecho a informar y a ser informados. Como certeza. Porque así siempre lo ha dicho la gente, “Si salió en El Impulso, es verdad”. Ha sido así toda la vida nuestra, y la de generaciones anteriores a la nuestra.
Hay en la ciudad otros periódicos, importantes y de calidad, otros con respetable lectoría. Pero El Impulso es El Impulso y eso todo el mundo lo sabe y lo reconoce. Aquí y en toda Venezuela. No en vano mañana se cumplen ciento trece años de que Don Federico y Doña Francisca se fajaron en aquella noche caroreña para que con el año nuevo apareciera el primer número del periódico.
Todos sabemos también cuánto ha luchado la gente del diario para seguir saliendo. Cuántas veces ha estado en riesgo su edición. Cuántas amenazas. También estamos conscientes de que esa lucha la han librado sin dejar de luchar por ser la voz de la ciudad, la región y el país. Sin doblegarse. Defendiendo los valores que dan sentido a nuestra nacionalidad y a nuestra ciudadanía. Los valores de la prensa libre e independiente, seria, democrática. Respetable por el único camino firme y seguro a la respetabilidad. El de un respeto merecido, ganado a punta de respetarse a sí misma, de respetar y de hacerse respetar.
Yo en estas páginas escribí mi primer artículo a los quince años. Los jóvenes y la sociedad larense se titulaba y era un llamado a la responsabilidad de mi generación, escrito con ese desparpajo adolescente que hoy me hace sonrojar. Después empecé a publicar con regularidad semanal. Inicialmente los jueves y más tarde los sábados, abriendo página. Un honor que siempre he agradecido. Antes lo he dicho y lo repito, esta ha sido mi casa todos estos años. Y lo seguirá siendo.
Esta hora oscura, regresiva, de empobrecimiento cultural, material y cívico para todos, pasará. Los venezolanos somos mucho más que esta pasajera circunstancia, que “éste carnaval al que se da, para embellecerlo, el orgulloso nombre de revolución”, para decirlo en palabras prestadas de Weber, ese científico social que tanto ayudó a comprender la política y el Estado a principios del siglo pasado, en otra gran crisis de la humanidad.
Por eso este artículo no lo escribo con tristeza. Por encima de la nostalgia y la rabia, lo escribo con esperanza. Y con la decisión de luchar más y luchar mejor, para que esta Venezuela que nos duele, tenga el cambio que merece. Y con la convicción de que lo tendrá.