Triste van a pasarla los chamos pobres de Venezuela quienes tenían la alternativa de recibir un pelelito de los tres Reyes Magos, ante la ausencia del Niño Jesús quien no puede cubrir las visitas a muchos hogares por la subida del dólar, y la del viejito pascuero Santa Claus por la insuficiencia de medicamentos para aliviar su prolongado reumatismo de muchos años, además de la soberbia inflación que reducen sus viáticos para una ligera parada en el país.
La noticia ha trascendido en las redes sociales a través del negro Baltasar, quien expone una serie de consideraciones, lógicas de entender, en sus disculpas a los chicos.
Aclaran que el problema no es el largo camino desde Oriente, sino su entrada a Venezuela, donde en cualquier esquina pueden ser víctimas de un, ¡quieto!, por parte de los chicos malos.
Deben comprender, subrayan, que llevamos el oro, un regalo regio para adorar al Rey, atractivo esencial de los mal vivientes; la mirra, usada como ungüento funerario desde la antigüedad y por tanto asociada con la muerte y resurrección, pero aquí en Venezuela apetecida por los profanadores de tumbas para sus hechicerías, y el incienso, purificador básico en todo ritual del Espíritu Santo, buscado en Barquisimeto por los bachaqueros, quienes ante la escasez lo venden en las iglesias a precios escandalosos.
Melchor, un anciano de cabello y barba canosa, Gaspar, rubio y lampiño, y Baltasar, negro y barbudo no saben lo que es un arma de fuego, arma blanca, ni menos conocen la defensa personal, por lo que su temeridad es admitida. Esto representa un gran peligro para nosotros, dicen.
Hacemos público el mensaje, determinan, excusándose de lo que escapa de sus manos, “aunque sabemos y entendemos lo que hicieron en el año para ganarse el corazón y el respeto de todos a quienes ayudaron, y el esfuerzo que realizaron para salir eximidos en sus estudios, sentimos el dolor de no poderles entregar el carrito, la corneta y chupetas que merecen”.
Tememos por nuestros camellos porque en su país ya no hay perrarina ni gatarina para alimentarlos, el agua escasea, nuestras botas están rotas y allá un par de zapatos valen más que uno de nuestros dromedarios, pues no llevamos dólares por temor a que los expropie el gobierno de Nicolás.
Asusta que Diosdado Cabello nos mande a recibir con un escuadrón de círculos bolivarianos, quitarnos los juguetitos e incluirlos en los comités locales de abastecimiento y producción (CLAP) para los niños rojos rojitos, y nos secuestren y encierren en la misma celda con Leopoldo López si nos acusan de terroristas enviados por el imperio.
¿Qué sería de nosotros si ese gobierno nos cambia la Estrella de Belén para guiarnos y regresar a nuestro lugar de origen? Perderíamos la brújula. Si modificaron el rostro de Simón Bolívar, todo es posible, revelan en su temerario recado.
Así como escuchamos en sueños que no volviéramos donde Herodes y regresáramos a nuestro país por otro camino, escuchamos que no fuéramos a la tierra prometida del comandante eterno, porque nos quitarían las coronas para colocarnos boinas rojas con la consigna “Chávez vive”, y una cinta negra por la muerte de Fidel.
“Comprendan nuestras razones”, concluyen.