Los nativos o residentes de Bobare parecen estar signados por la mala suerte a vivir eternamente sin algo tan indispensable como es el agua potable.
Hace algunos meses el gobernador Henri Falcón, en un show, inauguró lo que, según afirmó él mismo, “acabará con la sed que por años ha sufrido la población”.
Sin embargo, nada de eso ocurrió porque, salvo el enorme chorro exhibido la tarde de la inauguración, el agua no ha representado alegría alguna para los habitantes.
“Es que no tenemos agua; la poca que llega, de noche, es salada, que no se puede beber”, explica Dolores Giménez, con muchos años de experiencia.
Agrega que el acueducto inaugurado por el gobernador no remedió en nada la situación; al contrario, la empeoró, porque antes les llegaba agua, aunque poca, pero ahora es salada, que no se puede beber.
Con Dolores coincide Oswaldo Arrieche, del sector La Cruz, donde el problema es grave porque, mientras a las casas no llega el vital líquido, millones y millones de litros se pierden por las filtraciones que presentan las tuberías.
“Es que hicieron un acueducto pero no cambiaron las tuberías que tienen muchos años de servicio y como están desgastadas, cada vez que les llega algo de presión, explotan”, señala.
Arrieche también se refirió al tanque recuperado por Hidrolara en La Puerta de Bobare después de unos cuantos años de abandono.
“Está bien que lo hayan recuperado, pero no que lo tengan para almacenar agua salada y no dulce de la que antes nos llegaba desde los tanques de El Tostao”, argumenta preocupado.
En igual delicada situación están los habitantes de Las Mulas, otro caserío de la parroquia Águedo Felipe Alvarado.
Según refirió Fernando Carucí, un habitante del lugar, más de 200 familias dependen exclusivamente de lo que les llega en camiones cisternas de Hidrolara.
Pero denunció que antes les mandaban ocho camiones y ahora sólo dos, que no les alcanzan para nada, obligándoles a comprar agua mala a particulares, a precios exagerados.