Hoy es Día de los Inocentes. Hace justamente 5 años, desde esta misma columna, cayó por inocente todo el que me leyó, no va ser así hoy, háganme caer a mí los lectores. Ahora voy en serio, palabra.
Democracia y religión tienen como punto principal el reconocimiento y la defensa de la dignidad de la persona humana. Si no reconocemos en cada ciudadano -sea hombre o mujer, niño por nacer, nacido, joven, adulto o anciano, sea cual sea su condición social, económica, política, religiosa o racial- a una persona digna de respetarle su vida, su derecho a la educación, la cultura, el trabajo adecuadamente remunerado, a tener techo, alimento, descanso, diversión y libertad, cometemos una injusticia y donde no hay justicia, no hay paz, sin paz un país se desintegra. Eso, en cuanto a la posición de nosotros ante los demás, como debemos respetarlos, defenderlos y solidarizarnos con sus problemas, luchas y conquistas. Así hacemos nación.
Sin embargo, no sólo se trata del respeto y le defensa de la dignidad de la persona del otro, ya sea próximo o lejano, se trata también de nuestra propia dignidad; debemos respetarnos nosotros mismos, tanto por el simple hecho de ser, que ya significa ser hijos de Dios, tanto como el cargo que ocupamos, la posición que representamos. Hay toda una jerarquía en esto: primero está el yo, como tal, tengo deberes y derechos y mi inicial deber es defender éstos. No me puedo dejar usurpar ni mis ocupaciones ni mis prerrogativas por abulia, cobardía o indiferencia, sería un auto-atentado contra mi dignidad. Segundo, no puedo aceptar que se veje el cargo o posición que ocupo. Tal vez como persona singular y corriente, puedo inclinar la cabeza y sufrir en silencio una humillación, para vivir, cara Dios, la humildad cristiana, pero jamás puedo aceptar el irrespeto a lo que represento. Hay ciertas personas no saben estar a la altura de sus responsabilidades y, desgraciadamente, éstas florecen en nuestra pobre patria.
Es doloroso llamar a Venezuela pobre patria, pero no me sale otra expresión al verla en qué manos está y quienes la representan en el extranjero. La señora la canciller no tiene la menor idea de lo que es la dignidad y majestad de su país, ni siquiera de su propia dignidad como persona, como mujer. Se ha arrastrado ella y ha arrastrado a Venezuela, buscando entrar a juro -como niño malcriado, carente de educación, sindéresis y dignidad- donde no debe, no la quieren, donde no tiene derecho ni como persona ni por lo que representa. Su tan lamentable sainete montado en el Sur, nos saca los colores a la cara, ni siquiera podemos decir que sentimos vergüenza ajena, pues es muy propia, de sangre venezolana herida, por haber hecho de nuestra patria el hazmerreír del mundo.
Y si es aquí dentro, se fueron a la porra la majestad de la presidencia, del tribunal de justicia, del ministerio público, porque todos sus representantes no tienen tampoco la menor idea de la dignidad correspondiente a su cargo, su lenguaje es soez, lleno de insultos, sandeces y escupen medidas arbitrarias, carentes de seso, que llevan al país a su destrucción total. Venezuela agoniza entre manos indignas. Quiera Dios que a los venezolanos verdaderos nos quede un resto de dignidad para levantarnos y resucitarla.