La tradición navideña va logrando entrar tímidamente en nuestros hogares. Escuetas muestras de una celebración que no escapa de la tristeza que hoy embarga la realidad nacional. La dramática situación originada por una demencial política económica, contribuye con ello, únicamente la fuerza intrínseca de la época logra tomar respiro frente al desasosiego. El desastre es de tal magnitud que tener algo para las festividades es un verdadero milagro. Vemos tiendas llenan de presentes que pocos compran, la gente trata de estirar su presupuesto para asirse de lo indispensable para seguir viviendo, es tan grave el cuadro que definitivamente es el hambre el gran invitado a la mesa del venezolano. Por supuesto que hablamos de un convidado indeseable, casi un ser mitológico que vino para asolar la pradera entera. Su presencia relata la verdad de una crisis devastadora que viene torciendo el rumbo. La batalla que se produce en las paredes estomacales la va ganando por escándalo, el mayor fracaso gubernamental se siente en el pueblo que sufre esta pesadilla. Las promesas oficiales de una independencia agroalimentaria fueron una treta para buscar adeptos en las densas zonas en donde campea la penuria, son este segmento de la población el más vulnerable al ardid gubernamental; las situaciones que le abruman son cauterizadas por un cúmulo de promesas que no llegan a materializarse. Juegan con sus necesidades hasta transformarlos en títeres de sus locuras. Son ese ejército que llevan a sus manifestaciones, sus rostros compungidos denotan que son arrastrados por la necesidad; son los vilmente manipulados como carne de cañón de los estafadores de sueños. Alguna bolsa de comida para disimular sus gritos desesperados, hijos de un proyecto manipulador que busca la perpetuidad de sus aberraciones.
Nos hemos convertido en un país de mendigos. Colas que muestran un monumental fracaso de un proceso primitivo, miles de venezolanos hurgando entre la basura para comer lo podrido, son tantos los que rebuscan que los perros callejeros comienzan a verlos como dura competencia. Ahora somos la patria de los se mueren de hambre. Comen sobras sin importarle el tiempo de descomposición, indigentes en un país rico: paradojas del destino tan sombrío que solo imaginarlo es una pesadilla en la calle del infierno.
Solo Dios podrá darnos una noche de paz en medio de tan severas dificultades, seguramente en millones de hogares venezolanos las carencias alimenticias se harán manifiestas en mesas en donde escaseará casi todo. Hallacas sin el robusto contenido de otrora, panes de jamón tan discretos que se asemejaran a los cachitos, ni hablar de perniles, gallinas rellenas etc. Las bebidas con mayor reputación conseguirán un outsider en las caricias del agave ancestral, y hasta la cerveza logró un escalafón difícil para el bolsillo arrasado por la revolución bonita. La noche de paz se sostendrá, a pesar de la pelazón, los que si disfrutarán con todos los contornos son los boliburgueses: los grandes potentados del régimen disfrutaran del gran festín de robarse al país…