Si la Navidad se hizo presente, y a duras penas logró tejer un corroído manto de paz en medio de una atmósfera enrarecida, pesada, lenta, es porque la cita, de más de dos milenios, no depende de quienes se arrogan el poder en la Tierra, para enseñorearse y sojuzgar con vileza a los pueblos bajo su dominio.
Ciertamente esta vez la celebración en Venezuela fue apagada por un desánimo colectivo. Eso se expresa en las calles desnudas del regocijo de otras épocas, en viviendas sin un adornito, ni siquiera algunas luces que despejen sombras y temores en cuanto se presagia estaría por venir. En los rostros de la gente se advierte nítidamente timbrado el surco de la opresión, del extravío, del terrible sofoco de la impaciencia.
Ha sido, en síntesis, una triste Navidad. La familia, y la oración, fueron, entonces, el refugio de millones de espíritus azotados por la incertidumbre de jornadas que corren en alocado calendario.
En ese recogimiento, íntimo y frugal, cada alma comprendió que se trata de una lección que aguarda por ser asimilada.
Es una amonestación que nos convoca a la fe, a la humildad, pero también a poner a prueba el temple y la gallardía ciudadan, a la hora de defender todo derecho conculcado. No se trata,
pues, de una atadura con la pasividad, con el conformismo, puesto que no hay nada edificante, ni digno, en la postura de aceptar, sea por miedo o acomodamiento, el descaro de la indecencia, el grosero privilegio, la burlona codicia de un puñado de transgresores.
Justamente en ese sentido, en nuestro propósito de mantener al tanto a los lectores, con puntualidad y transparencia, acerca de la situación que padecemos por falta de papel, diremos que nada ha variado desde la última nota Editorial. La existencia de ese insumo fundamental para un medio impreso, se nos agota.
Las escasas bobinas de las que disponemos, apenas alcanzan para las ediciones de unos días más, en ningún caso una semana entera. Muchos diarios, de Caracas y el interior del país,
han optado por interrumpir su circulación en estas fechas, con miras a reaparecer en enero.
Dejamos constancia de que si la edición impresa de EL IMPULSO hace un alto, no será un
evento voluntario. No podría estar en nuestros planes silenciar el aniversario número 113 de la fundación, que nos aprestamos a recordar como un compromiso con lo mejor de nuestra historia, el domingo primero de enero. Y, además, ¿cómo dejar de participar, henchidos de devoción, en todos preparativos de la procesión de la Divina Pastora, esa inmensa manifestación de fe que el 14 de enero se abrirá caminos entre los escombros de
una nación sedienta de guía, consuelo y promesa?
La Corporación Editorial Alfredo Maneiro (CEAM), dependencia oficial que asume el monopolio de la importación y distribución del papel periódico, no responde a nuestros insistentes pedidos.
Es un impenetrable silencio que, día tras día, sobresalta al personal de esta empresa y coloca en inminente riesgo el derecho al trabajo, consagrado en la norma constitucional. Y si se hace el ejercicio de extrapolar semejante aberración a cualquier otro segmento de la actividad privada, se comprenderá fácilmente lo corrosivo que resulta esta ausencia absoluta de garantías.
¿Cómo se puede planificar y progresar así? No obstante, en esta casa hay plena disposición a encarar con entereza este amargo desafío. Lo venceremos y saldremos aún más fortalecidos. Escribir esta crónica que narra acerca de cómo nos vemos constreñidos a dejar de circular, va contra nuestra naturaleza, es verdad, pero nos aferramos a la esperanza. Si
no es en papel, relataremos esta historia, y su desenlace, que deberá ser promisor, con el auxilio de la herramienta digital, tan propia de estos tiempos signados por la instantaneidad.
De manera que más allá de cualquier forzada ausencia, estas páginas volverán a estar en sus manos cuanto antes.
Maneiro no responde