Roberto Ramos se considera un simple artesano, pero cada Navidad sus hábiles manos devuelven el esplendor a añejas figuras del Niño Jesús.
A su pequeño taller, en una casa antigua en el centro de La Paz, llegan en diciembre decenas de figuras con dedos mutilados, ojos muertos, rostros macilentos y cabello polvoriento que él revive.
El artista boliviano heredó el oficio de su abuelo y se especializó en la escuela de Bellas Artes de Argentina. A sus 65 años conserva un pulso de relojero para colocar pestañas, restaurar el pelo y pulir la piel de cera de imágenes antiguas de yeso, madera o maguey, algunas de hasta 300 años de antigüedad.
«Los Niños Jesús que me traen aquí son de familias que no quieren que se echen a perder, no los quieren cambiar por la fe que les tienen», dijo Ramos rodeado de santos semidesnudos a medio restaurar junto a su cama. «Son traviesos, algunos días cuando despierto tienen el pelo despeinado», comentó mientras mostraba orgulloso las imágenes que reparó para que este 25 de diciembre estén con sus familias.
«Repararlos es más difícil que hacer uno nuevo porque hay que tallarlos, respetar la forma, el color que le dio su creador», explicó.
Su hija María, de 45 años, aprendió el oficio y es su ayudante. «Estos Niños tienen valor sentimental para sus dueños, son reliquias familiares», comentó.
Leyla Fuentes, una clienta que heredó de sus abuelos una figura de Jesús, se manifestó «contenta como quedó mi Niño. Sin el Niño Jesús no hay Navidad».
A Ramos, un sobreviviente en el antiguo oficio de la restauración de estatuillas de santos en un mundo moderno y con menos creyentes, le llegan figuras del Niño de Estados Unidos, Italia, España y Perú.
Él está convencido de que su habilidad está motivada por su propia fe católica.