Por más de tres lustros ambos extremos del espectro político han cultivado un mito fatalista de identidad entre el régimen chavista y la revolución cubana, con sometimiento venezolano a los dictámenes cubanos.
Su constante repetición por la parte opositora –obviando cierta lógica y enormes diferencias históricas- ya parece una repetición del sobado burladero de culpar a terceros por males propios.
Los taimados dirigentes cubanos simplemente se encontraron con un delirante atajo de “hijos bobos”, y se dedicaron a ordeñarlos con adulancia, espejitos y cuentos de colores para poder ellos morir tranquilamente en el poder.
La actitud castrista hacia su contraparte chavista siempre ha rezumado burla, sorna y cinismo, sin el menor atisbo de respeto.
Del alto mando cubano se puede decir de todo menos que sea mentecato. No es lógico creer que desde allá quieran estrangular a la “Gallinita de los Huevos de Oro”, repitiendo aquí las mismas experiencias que arruinaron a la depauperada isla.
Desde Cuba seguramente intentan inyectar cierta dosis de materia gris a sus pretendidos émulos, pero chocan con infranqueables barreras de insensatez, torpeza y corrupción.
Las manidas técnicas represivas, único aporte efectivo del castrismo, caen en manos de una panda de ineptos cuyo único talento ha sido montarse en la carroza triunfal de un extinto caudillo, sin el cual casi todos ellos serían ilustres desconocidos.
Otro persistente mito es que al pueblo cubano fue sometido por dependencia, hambre y privación. Mentira podrida: Antes vinieron los paredones y un terror cruel, implacable y profundo, jamás equiparable a las chambonas experiencias locales. A Cuba no se le sojuzgó con miseria sino con copiosos torrentes de sangre heroica.
Los protagonistas del cataclismo local no son invencibles clones rojos ejecutando un plan fríamente calculado desde La Habana, sino una cuerda de guachamarones enchufados, cuyas raíces “ideológicas” son las mismas de Boves, Zamora y otros que les han remedado a lo largo de dos siglos de constante lucha entre civilización y barbarie.
Este drama no es culpa del “imperio” ni de oportunistas cubanos. Toca sepultar el cansón y desmoralizante mito del “coco cubano” y reconocer que el problema y su solución son criollos y están en las manos del único sostén efectivo del régimen: Esos componentes decisivos de 1945 y 1959, los mismos que parieron la marabunta que hoy arrasa.
La Venezuela cívica ya ha hecho lo que le corresponde. El balón ahora lo tienen los padrinos del desastre. Que asuman su barranco y amarren ellos a sus locos.