Estamos en diciembre, el mejor mes del año, no hay duda. Una fecha para celebrar. Se recibe al redentor con los mejores deseos de paz y hermandad. Momento para comercializar a pesar de la caída brusca de la economía. Es la frontera principal de un nuevo ciclo y el excelente escenario para astrólogos, adivinos y aprendices de brujos.
En estos tiempos siempre aparecen quienes hacen sus predicciones para el período siguiente.
De acuerdo a la historia, la adivinación se ha vuelto la segunda cápsula del fracaso. Si no pegan el vaticinio le echan la culpa a algún astro espontáneo. De tantas, los vivos algunas las embocan.
En ocasiones el juicio también se da por pronosticar siempre lo mismo hasta que en algún momento ocurre. En los últimos años de Juan Pablo II no había adivino que no profetizara su muerte. Hasta que acertaron.
No así, José Gómez, aquel conocido astrólogo de Venezuela quien fue detenido por haber presagiado en octubre de 1996, que el Presidente Rafael Caldera «no pasaría de 1997 por causas naturales o de otra índole» cuando su mandato finalizara en febrero de 1998.
Murió el 24 de diciembre del año 2009. Se equivocó “por una mínima diferencia”.
Lo que cualquiera sin necesidad de tener conocimientos, pero con un poco de sentido común se da cuenta, algunos de los supuestos adivinos tienen capacidades especiales para hacer dinero, como en muchos programas radiales empezando la mañana; simplemente escribiéndole un papel saben quien le robó el televisor o cual es la mujer con la cual la está engañando su marido, aunque nunca aciertan el número que sale a la lotería.
Por ejemplo, Hermes Ramírez, el astrólogo venezolano dijo que en el 2016 las acciones individualistas crearían rupturas en el plano político y social. Que se iría mucha gente pidiendo asilo político. Que la economía nacional causaría descontento y la moneda se tambalearía. O sea, descubrió el agua tibia.
Para el 2014 hubo la aterradora profecía de la vidente de origen mexicano Mhonividente, quien señalaba que en Venezuela estaba por iniciarse una “guerra civil.” Afortunadamente ya han transcurrido dos años.
A propósito, sin la intención de convertirme en aprendiz de brujo, para quienes le tienen pánico a la sal y llaman “salados” a los desafortunados, he leído que en la antigüedad la sal era muy preciada y se usaba como moneda de pago. De allí la palabra salario y estaba mal visto derramarla.
Algunos creyentes en las supersticiones afirman que se debe echar sal detrás del hombro para aplacar a los malos espíritus.
La sal tiene muchos usos. Según la historia también se cree que cuando hay sal en una casa siempre habrá dinero y que cuando se riega sal en los rincones de las cuadras el día primero de abril, se evitan las enfermedades del ganado.
Y usted, caro lector, siga creyéndole a cuanta plumífera y diva cucú vea en televisión y pregúntese por qué no consigue un trabajo. ¿No será porque en vez de estar en la calle metiendo curriculum, está todo el día frente a la pantalla empantuflado dejándose engañar con el cuento de que lo bueno está por llegar, que el año próximo le interesará a una linda y hermosa rubia ojos azules, y que una poderosa empresa lo contratará para, utilizando el diccionario latinoamericano, una bien remunerada chamba?
Se cansa uno, diría el recordado colega Omar Lares.
