Una de las preguntas que más se hacen los venezolanos, desde hace mucho tiempo ya, es si los disparates del Gobierno obedecen a errores, si son meros frutos de la improvisación, de la incompetencia; o si, por lo contrario, forman parte de un esquema preconcebido.
Ciertamente, las dos cosas resultan detestables. Que se pudiera haber ensayado sobre el destino de un país, durante 18 años, con semejante secuela de ruina y desolación, plantea un escenario patético. Pero, aunque al grueso de la nación le cueste admitirlo, se trata de algo peor. Aceptar la tesis de la improvisación, creer que todo este desastre que hemos soportado en estos días, alrededor de los billetes de 100 bolívares, es brutalidad oficial, simple y pura, termina por concederles a los autores de esa salvajada el beneficio de la espera de una rectificación que jamás llegará. Eso equivale a poner en duda la mala fe que, en el fondo, bulle en cada una de sus maquinaciones. Hay un guión. Cada paso es trazado y calibrado por laboratorios oscuros, en los que están metidas muchas manos perversas, naturales y foráneas. Es demasiada la codicia y muy suculento el botín en juego.
La consigna es saquear hasta el último instante, prevalidos de un doble discurso y de la siembra del miedo. Cada delito perpetrado traba más y más a esta logia desalmada, ocultista, en la complicidad, en el no retorno. Eso explica la obsesión en conservar el poder, por el poder mismo. Nada evidencia que estén ocupados en gobernar, en producir las respuestas que todo un pueblo expectante y desorientado se ha cansado de aguardar.
No hay azar, pues, en el curso de esta tribulación. El mismísimo Lenin lo prescribió con lujo de claridad: “La mejor manera de destruir un sistema capitalista es corromper la moneda”. De esa forma se logra, según su teoría, el desplome de las bases en que se asienta una sociedad. La pobreza generalizada, así más dependiente de las larguezas del Estado, junto al surgimiento de una nueva casta, todo eso está inserto en el libreto aplicado entre nosotros, probado antes en Rusia, y en Cuba.
También quedó escrito, sin rodeos, aunque poco reparemos en ello, en el Plan de la Patria, aprobado con rango y fuerza de ley de la República en diciembre de 2013, por la roja Asamblea Nacional. Allí se habla abiertamente de la intervención radical del sistema bancario y financiero. La idea de fondo es la de asumir el control de todo el aparato productivo, sobre sus escombros. Establecer una planificación centralizada, que ahogue la iniciativa privada. Es la “alternativa al sistema destructivo y salvaje del capitalismo”, dice ese texto, en el cual se enumeran los capítulos de este calvario nuestro.
Lo demás es anécdota. ¿Quién en su sano juicio puede darle crédito, un solo instante, a esa novela grotesca, intragable, según la cual 3.000 millones de billetes de 100 bolívares duermen en galpones ubicados en Suiza, Polonia, España, Ucrania, Alemania y la República Checa, llevados hasta allá por mafiosas ONG contratadas por el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, a la espera de que caiga el Gobierno para repatriar esa inmensa cantidad de papel moneda que la inflación vuelve añicos día tras día?
Lo último: Que un “sabotaje internacional” impide el arribo de los aviones con los billetes nuevos, impresos en Suecia. Esa delirante perorata sólo busca distraernos de la verdadera tragedia de fondo, y recoger los nudos de una catástrofe inminente, para desatarla luego, si la inconsciencia y pasividad de los venezolanos lo permite.
La criminal torpeza de dejar repentinamente a un pueblo hundido en la miseria, sin el dinero que le permita ir tras los alimentos que tampoco encuentra, ¡en plena Navidad!, arrojó un saldo de dos muertos en protestas, cientos de detenidos, oficinas bancarias quemadas e intentos de saqueo en varios estados. Si algo probó una vez más la medida de extender hasta el 2 de enero la vigencia del billete de 100, es la eficacia de la movilización social.
Pero la perversidad, aunque recoja bártulos tras los reveses, más tarde logra avanzar, por otros caminos. No hay improvisación. El guión oficial está escrito. Falta, eso sí, que las fuerzas democráticas, cuyo liderazgo luce ahora dislocado por la sospecha de vergonzosas entregas, también diseñen el suyo. Un programa que encauce el malestar y restaure la esperanza. Esa que jamás debe perderse.