La mayoría de los venezolanos estamos confundidos. Ha sido un diciembre raro, triste, lleno de incertidumbre, de esperanzas muertas, todo lo contrario a lo que debe ser el mes de la esperanza y la fe por conmemorarse el nacimiento de Jesús, la Segunda Persona del Dios Trinitario. He combatido en mi ánimo esa desazón. La tristeza no es cristiana, pero hay tristeza en el ambiente. El año pasado, por el amplísimo triunfo de las fuerzas democráticas en las elecciones de la Asamblea Nacional, hubo una gran alegría, había esperanza de que se abriera un tiempo de mayor libertad y democracia en el país. Personalmente pensé que el gobierno asumiría una actitud de apertura frente a la oposición y dialogaría con ella, que respetaría la nueva correlación de fuerzas políticas en el Parlamento y gobernaría consultando al nuevo Parlamento.Pero no ha sido así. No hay talante democrático en el chavismo-madurismo para tener esa conducta.
Me imaginé, qué ingenuidad la mía, a Maduro invitando a Miraflores, sin mediadores o facilitadores,a Ramos Allup, Borges, Capriles, Chúo Torrealba, Ramón Guillermo Aveledo, María Corina Machado, Ocaríz,etc, para llegar a un acuerdo sincero acerca de un programa mínimo común de interés para la paz, el desarrollo y progreso económico del país, la educación, el respeto institucional y los demás innumerables problemas que nos acosan a todos los venezolanos por igual. Pero no, eso nunca llegó, ni llegará. Ellos, los chavistas, no son así, la ambición en ellos es desbocada, arbitraria. Para el régimenel poder no es para servir, es para ejercerlo autocráticamente, ignorando al adversario, lesionando todos los derechos humanos y para lucrarse indebidamente. Lo que ha habido entonces es una brutal arremetida contra las instituciones que no les son afectas, Asamblea Nacional, gobernaciones y alcaldías en manos de opositores, universidades nacionales autónomas, instituciones privadas autónomas, la prensa escrita independiente, la Iglesia católica y Ongs que hablan con la verdad y preocupación por el país. Han puesto al servicio de sus bastardos intereses a todas las demás instituciones y eso ha llevado a la debacle moral, material y económica del país.
Parte de la tristeza que hablaba al comienzo es consecuencia de la enorme inflación que sufre nuestra economía y la permanente devaluación de la moneda, lo cual hemos venido sintiendo desde hace varios años. Nuestro signo monetario, que ahora estrena nuevo cono, ha perdido todo su poder adquisitivo. Pero a eso ahora se le agrega una gran improvisación y más que improvisación, una gran maldad en las decisiones que toma el gobierno. Sacar de la circulación los billetes de Bs. 100 en apenas tres días, es una locura que retrata la perversión del régimen madurista. Es como el deseo de causar malestar a la población, especialmente a la más pobre. El desconcierto ha sido total en todos. Un tema de esa naturaleza no era como para haberlo consultado en la mesa de diálogo, si es que existe todavía. La confusión es inmensa.