Leer u oír a algún religioso, cristiano, hablar de la Navidad y la distorsión que se tiene de ella. Escuchar su queja, por la forma como se han perdido los valores espirituales, como el ser humano se ha apartado de Dios y como el interés material sustituye el espíritu solidario, de amor y servicio que nuestro Señor Jesucristo enseñó, en estos tiempos navideños, es, si se quiere, normal.
Pero escucharlo o leerlo de un hombre como el premio nobel de literatura Gabriel García Márquez, es solo el reflejo de la forma como el Espíritu Santo obra en el corazón de cualquier persona que deja que Dios lo tome e influya sobre sí.
“Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad. Hay tanto estruendo de cornetas y fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas angustias de dinero para quedar bien por encima de nuestros recursos reales que uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace 2.000 años en una caballeriza de miseria, …954 millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Sería interesante averiguar cuántos de ellos creen también en el fondo de su alma que la Navidad de ahora es una fiesta abominable, y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social”, Navidades Siniestras.
A mi manera de ver, este artículo, de gran calidad y finura en la escritura, estas opiniones de gran subjetividad expuestas por este hombre universal, nos conducen donde Dios quiere llevarnos. A la consideración de las cosas trascendentes que realmente tienen trascendencia. Al conocimiento verdadero del Dios verdadero. A encontrar un camino, que a medida que pasa el tiempo, el enemigo de Dios lo hace más difícil para que la humanidad no lo encuentre, se distraiga en filosofías humanistas y se pierda irremediablemente.
Dios usa el intelecto del escritor, en un conjunto de crudas verdades que expone con franca inocencia. Notamos como su verbo, a pesar de ser frontal y feroz, no se percibe ferocidad en él, sino más bien un llamado. Un clamor y una súplica para que el hombre cambie y tome el camino que debe ser. Que llene su corazón de la esencia de una verdadera Navidad. Que rompa esos patrones mercantilistas, individualistas, materialistas e hipócritas y se incline de manera sincera hacia lo que es la verdadera Navidad.
Sin embargo, lo que expone el Gabo no es nuevo. Cuando el Mesías Salvador nació en aquel pesebre, todas las profecías estaban frente a los ojos del pueblo de Israel que lo esperaba. A través de cientos de años anhelaban su llegada. Tenían delante de si las promesas en pleno cumplimiento. Las estudiaban diligentemente y no había razón para no verlas. Peeero, pudo más el orgullo, la arrogancia y la mezquindad de una nación que el mismo Dios había escogido y prosperado a lo largo de toda su historia, que la sinceridad y la entrega de corazón. Es por ello, que solo los contritos de corazón pudieron verlo, aceptarlo y seguirle en obediencia. Hoy no es diferente. La vanidad, la suficiencia propia, el orgullo, la envidia y el odio por quienes adversamos, abrazan la mente del hombre cristiano o no cristiano y le impide ver la verdadera Navidad como lo expone El Gabo. Seguirla, en obediencia y entrega a su palabra. Esa, que es cristo Jesús. Hasta el martes Dios mediante. Próximo artículo “Regalos del niño Dios”.