Por estos días se está cerrando la celebración de los 100 años de la presencia ininterrumpida de la Compañía de Jesús en Venezuela. Habían sido expulsados de América Latina por Carlos III en 1767 y en el caso de Venezuela volvieron, en aquel momento de forma discreta, en 1916 en los años iniciales de la larga dictadura de Juan Vicente Gómez. De esos 100 años en la vida contemporánea del país, en lo personal he estado vinculado a los jesuitas, como laico e intelectual, por 32 años.
Junto a jesuitas fue mi primer trabajo en Radio Fe y Alegría, teniendo como mi primer jefe a José Martínez de Toda, el Chepe, a mitad de los 80. Cursé mi licenciatura en la Universidad Católica Andrés Bello y en ese espacio trabe amistad con otro jesuita, quien fue mi profesor y a quien considero mentor en mi vocación por la investigación y el pensamiento en comunicación, Jesús María Aguirre, el chusma.
Aguirre, estando yo en mis años iniciales como profesional, tuvo la aventurada idea de encargarme la redacción de un cuaderno de formación sociopolítica dedicado a los medios de comunicación en Venezuela. Se publicó en 1991, cuando yo apenas tenía 25 años. Fue una de las oportunidades que cambiaron mi vida para siempre. Supe que quería escribir, documentar y estudiar los fenómenos sociales y comunicativos, más que reportear periodísticamente como había sido la inclinación de la mayor parte de mis compañeros con los que cursé la mención de periodismo en la UCAB.
José Virtuoso me ha dado respaldo institucional en diversas acciones que emprendí tanto desde el Centro Gumilla, en la década pasada, como en la Universidad Católica Andrés Bello en los tiempos actuales. Mi inserción en la UCAB, donde he logrado cristalizar buena parte de mi producción intelectual, fue originalmente una medida de protección institucional que me ofreció el entonces rector Luis Ugalde, hace una docena de años cuando yo era objeto de una campaña de descrédito por parte del régimen chavista.
En la UCAB estudié, he investigado y he publicado. Para mí ha sido una experiencia vital extraordinaria. Crecí en un barrio y no provengo de una familia con tradición intelectual. No tuve recursos económicos para costearme la matrícula en la UCAB. Mi hechura intelectual y profesional está estrechamente ligada a los jesuitas, con su política de inclusión, formación y liderazgo.
La revista SIC, la publicación emblema de la Compañía de Jesús en Venezuela, ha sido un espacio en el que he podido escribir en diversos momentos sobre la vida nacional. Su director actual, el jesuita Alfredo Infante, no sólo ha sido un interlocutor intelectual sino acompañante en trances personales difíciles.
El espacio natural en el que he escrito a lo largo de los años ha sido la revista Comunicación, también como SIC adscrita al Centro Gumilla. Tuve el privilegio de dirigir esta publicación trimestral entre 2000 y 2008, y coordinar un consejo de redacción del que formaban parte mis maestros como el propio Aguirre, Martínez de Toda y otro jesuita de peso en el campo comunicacional, José Ignacio Rey. Y aunque parezca que es jesuita -pero no lo es- de ese equipo al que dirigí en la revista Comunicación estaba obviamente Marcelino Bisbal.
Mi experiencia en este largo tiempo de caminar junto a los jesuitas me ha dejado no pocas satisfacciones. La principal ha sido encontrar un espacio institucional para desarrollarme intelectual y profesionalmente. Sin embargo, junto a eso y no menos importante el gran aprendizaje de estos años ha sido comulgar con los jesuitas en su papel orgánico, de compromiso con el país, de apuesta por Venezuela.
Ser parte de ello es hoy una razón por la que celebro los 100 años de los jesuitas en Venezuela. Mi historia, estoy seguro, no es la excepción. Formo parte de los muchísimos venezolanos a los que la Compañía de Jesús nos cambió la vida en este país.