Cuando a un católico militante, como es nuestro caso, nos corresponde analizar el comportamiento o participación de sus clérigos en actividades públicas con influencia del componente político, se convierte en una tarea nada fácil.
Desde el momento en que el Cardenal Jorge Mario Bergoglio fuera investido como Su Santidad el Papa Francisco, máximo jerarca de la Santa Iglesia Católica, siempre se comentó desde su natal Argentina, su casual atractivo hacia la izquierda socialista y revolucionaria.
Resulta bastante posible que esta casualidad haya influido para que se solicitara con insistencia la presencia de la Iglesia Católica, en la figura del Vaticano, como mediadores en disputas políticas entre distintos países o sectores y corrientes antagónicas de un mismo país.
Así tenemos la destacada participación de la Iglesia en las negociaciones realizadas entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba, a fin de restablecer las relaciones diplomáticas y comerciales, poner fin al bloqueo económico, regularizar el proceso migratorio, entre otras, pero dejando intacta la dictadura “comunista” instaurada hace 57 años, sin condenar los fusilamientos de miles de personas y las cárceles repletas de presos políticos, todo en flagrante violación de los derechos humanos.
Luego pudimos presenciar el papel jugado por la Iglesia en el proceso de búsqueda de un acuerdo de paz entre el gobierno de Colombia y las FARC, por “casualidad” con asiento en Cuba, el cual fue rechazado por el pueblo colombiano a través de un plebiscito, por considerarlo carente de una valoración legal justa, que decretaba total impunidad y reconocimiento político a una legión de delincuentes y asesinos, que sumieron al país en el dolor por más de 50 años: ¿Cómo pudo la Iglesia avalar semejante acuerdo bodrio jurídico?
Ahora de nuevo la Iglesia Católica interviene como mediadora, esta vez en el caso venezolano, y se hace presente en la Mesa de Diálogo integrada por el gobierno y la oposición, además de unos ex presidentes de países amigos, de dudosa imparcialidad política; pues bien el pasado 11 de noviembre Mons. Claudio María Celli leyó el documento “Convivir en Paz”, sin que hasta la fecha se hubiese concretado ninguno de esos anuncios, mientras que los mediadores se encuentran “bien, gracias”.
De acuerdo con lo antes descrito, la participación de la Iglesia, en la figura del Vaticano, como ente mediador, ha resultado muy poco asertiva, y en oportunidades han asumido posturas permisivas, parcializadas o impregnadas de algún sesgo ideológico, de lo cual han logrado sacar ventajas, la parte con más daños causados entre los factores en disputa.
Por otra parte, han transcurrido varios meses y aún no se ha producido ningún asomo de rectificación por parte de la brutal dictadura cubana y el derecho de su población a vivir en libertad. Ya el Presidente electo de los Estados Unidos Donald Trump ha señalado la posibilidad de dejar sin efecto esta iniciativa; en el caso colombiano se concibió un nuevo tratado de paz amañado, trasquilado y legalizado, a través de la mayoría parlamentaria que maneja el gobierno en el Congreso Nacional de ese país.
De tal manera, que solo queda encendida la luz de Venezuela donde hasta ahora, no se ha concretado ningún avance en lo acordado en el documento “Convivir en Paz”, al contrario se extendió la fecha al 13 de enero 2017, el gobierno se ha burlado de la tal Mesa de Dialogo, y al respecto, hasta la Conferencia Episcopal Venezolana ha manifestado dignamente, su desacuerdo con la violación a los acuerdos, con lo cual ha sido decretada la muerte del dialogo y de cualquier actividad electoral, sin que hasta la fecha se conozca la posición a asumir por la Iglesia en su condición de mediador: ¿Será que va a ser solidaria con el proceso revolucionario? Valor y pa´lante.