Esto cruje

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Mientras pedalea con fuerza para no distanciarse de una hermosa ciclista que le rompe el viento, el empresario Adrián Meléndez desde El Vigía siente que en Venezuela no hay Gobierno, ni oposición, llega a más: siente que no hay Estado, que los venezolanos vivimos una nada envolvente que como agujero negro va disolviendo a las instituciones en un vacío mortal.

Desde Barquisimeto el abogado, músico y humanista Néstor Álvarez le confirma que estamos en presencia de un Estado Fallido, al igual que varios países africanos como Gambia y El Congo, que acá en nuestro país se ha entronizado la anarquía y que la convivivencia subsiste gracias al respeto individual y moral acrisolado en lo profundo de nuestra psiquis republicana.

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Para ponerle sello académico a la conversación desde Carora el politólogo, economista e historiador Luis José Oropeza hace una exposición magistral en la cual de forma lapidaria expresa que, estando al borde de un paso liberador con el diálogo, se perdió una oportunidad histórica y que para recuperar al país de la actual tiranía se necesitará un esfuerzo redoblado que solamente un liderazgo inspirado en nuestras esencias heroicas podrá realizar.
Inmerso en los repatazos de este dolor nacional donde las ideas son lágrimas que corroen el espíritu y transforman nuestras esperanzas en un retablo goyesco dentro del cual los protagonistas de la tragedia somos nosotros mismos, decidí agotar el límite de mi tarjeta de crédito en Hiperlider y en la vía se atraviesa un vehículo frente al mío y con el susto normal de toda víctima veo que se baja una dama furiosa y frente a mi ventanilla me insulta con procacidades dignas de un manual escatológico. Al terminar me mira fijamente y me grita: ”Imbécil, no era contigo, por tu culpa casi choco”. Quedé atónito al mismo tiempo que aliviado porque había sido objeto de una equivocación y no de un robo a plena calle.

Al llegar al supermercado veo el alboroto acostumbrado y los precios de margarina, aceite, arroz, mayonesa con alzas entre 50 y 70 por ciento respecto a la semana anterior. Pero no era en esos pasillos donde reverberaba el frenesí de las compras, era en la sección de carnes: había llegado picadillo para hallacas a 3.100 bolívares y las damas se aglomeraban para llenar sus carritos. Una señora de pantuflas remendadas y pantalones rotos puso al tope su carrito, no menos de 50 kilos, mientras que una dama con reloj dorado, Phone y zapatos de marca apenas llevó una bandeja de hueso rojo.

Dentro del torbellino de mujeres y chamos sesentones me puse en modo impávido al lado de los congelados anaqueles y de pronto una señora cae al piso y al ayudarla a levantarse me premia con una sonrisa y una bandeja de las varias que llevaba abrazadas en su pecho y que imagino originaron su caída por falta de equilibrio. Contento me fui a la caja con mis 800 gramos de carne para hallacas.

En ninguna de las colas había alegría, solamente caras de preocupación, rictus de rabia y amenazas. Un señor advertía a una cajera que la demandaría sino le aceptaba una tarjeta de cestatiket que no pasaba por el punto de venta, se formó un bululú y un soldado lo detuvo, entonces el señor comenzó a llorar pidiendo perdón…ante tanto patetismo decidí no comprar nada pero en eso una gentil señorita me llama para una caja que estaba habilitando con la idea de bajar los niveles de conflictividad. Me dijo casi en confidencia, señor esto es todos los días, esto está que cruje. Nos consume la vorágine.

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