En Venezuela hemos alcanzado los más bajos niveles de acciones gubernamentales. Como en Cuba, Corea del Norte, Zimbabue y otros países donde lo que importa es mantenerse en el poder a costa de lo que sea.
Decimos que ya nada nos asombra, pero no es verdad: siempre hay algo que logra sacudirnos. La semana pasada fue la detención -unas noticias dicen que fue el Sebin, otras que fueron miembros de colectivos que los entregaron al Sebin- del médico Gonzalo Müller y el obrero José Luis Spitia, ambos empleados del Hospital José Gregorio Hernández de Los Magallanes de Catia. La razón de su detención: haber aceptado cuarenta cajas de medicamentos donados por la ONG Rescate Venezuela y llevados por Lilian Tintori.
El parte de muertes por falta de medicamentos crecen día a día, pero el gobierno se niega a pedir la ayuda humanitaria. Como si en el resto del mundo no supieran lo que pasa en Venezuela. No sé por qué hicieron lo que hicieron. Tal vez dirán que los medicamentos no tenían permiso sanitario del Ministerio de Salud. Pero aquí han entrado insumos venidos de Cuba y de otros países del tercer, cuarto y quinto mundo, que han pasado por «GO» sin pagar los $200, como diríamos en la jerga del juego de monopolio y ahora el mismo ministerio que acepta «lo que sea» se da el lujo de detener remedios que vienen del primer mundo. Claro, esos no representan negocio para ningún funcionario.
Quizás argüirán que no pagaron los impuestos correspondientes. Pero la verdadera razón para mí es que los llevó Tintori. Creen que llevándose detenidos al médico y al obrero van a poner a la gente en contra de ella, cuando lo cierto es que cada vez más personas se dan cuenta de lo falaz del discurso de quienes dicen amar al pueblo y decepcionados por haber creído en un proyecto que sólo estaba detrás del poder, le dan la espalda.
Encima, que miembros de los llamados colectivos puedan esposar y detener a personas libres que no han cometido delito, enloda aún más el muy sucio expediente de violaciones a derechos humanos en Venezuela.
Todos estos actos de ignominia están siendo documentados y sus ejecutores más temprano que tarde, pagarán por ellos. Acaba de morir el último que a pesar de sus crímenes lo hizo tranquilo en su cama. Los de hoy son otros tiempos, anótenlo.