Cuando delincuentes secuestran a una persona lo primero que hacen es dialogar con sus familiares a fin de acordar el rescate, no por eso podemos inferir que los delincuentes son democráticos.
En Venezuela el pretendido diálogo entre gobierno y la MUD tiene una clara connotación dictatorial. Es el gobierno el que, mancillando la Constitución, ha asfixiado a los venezolanos para doblegarlos, y así obligarlos sentarse en una mesa de “diálogo”.
Muy astutamente involucró al Vaticano, pues ¿quién se le negaría a la Santa Sede? Si los líderes opositores decían no internacionalmente quedarían muy mal vistos, pero (según) solo se sentaron inicialmente para explicar la situación. ¡Ojalá!
El diálogo es probablemente el peor error que pudiera cometer la oposición venezolana en estos 18 años, pues el gobierno ya agotado no tiene nada qué ofrecer en términos de legalidad. La caída del precio del barril le dio coto a un luengo fracaso financiado. Hoy solo se sostiene a través de la verdulera violación a la Constitución, una institucionalidad amaestrada y de la manu militari.
Dialogar en este momento histórico es convalidar el vil asesinato del revocatorio y demás procesos electorales, los presos políticos, las muertes sin esclarecer de 2002 y 2014, la corrupción más temible de cualquier nación después de la segunda guerra mundial, la violación a la soberanía popular cuando el régimen ha perdido electoralmente, legitimar los controles y racionamientos mientras el gobierno apoya incondicionalmente trabajadores y empresarios de otras naciones; sería naturalizar las colas, la inflación, la escasez, sería aceptar el apartheid político, la partidización de las instituciones del Estado, hacer de Venezuela una nación de nepotismo, paradisíaca solo para allegados al poder… En fin, dialogar ¡léase bien! solo produciría un pacto entre gobierno y oposición. ¡El pueblo que se friegue!
Y es que ¡es así! no hay absolutamente nada sensato, racional, ni transparente que justifique el “diálogo” al que tiranamente obliga el gobierno; sería premiar su inconstitucionalidad. Por otro lado, lo racional, lo constitucional, lo patrióticamente correcto es que la diligencia opositora del país, de la mano de los sectores nacionales, no claudiquen en la exigencia del respeto a la Constitución. Ello se logra a través de la internacionalización de la realidad, a través de la presión social, ejerciendo la soberanía desde cada rincón que habite un venezolano honesto, trabajador, deseoso de cambios positivos para el país, para el futuro de sus hijos.
El pueblo colombiano recientemente dio una lección de soberanía a los protagonistas de un dizque acuerdo de paz bilateral que exaltaba y eximía a una de las guerrillas más sangrientas del planeta: dijo ¡No! a ese “acuerdo” y el mundo no los tildó de ser amantes de la violencia, entendió el por qué. Estamos seguros de que los venezolanos que nos oponemos por motivos de dignidad y respeto al ominoso “diálogo” también somos comprendidos.
No se puede dialogar con un gobierno que no tiene nada qué ofrecer. ¡Nada! y todo cuanto posee es con base en la inconstitucionalidad y un grotesco irrespeto a la soberanía del pueblo.