Los venezolanos estamos viviendo situaciones antes inimaginables. Estamos derivando hacia una dictadura franca, a un profunda crisis económica y una migración masiva hacia otros países, con su correspondiente subproducto: no somos bien recibidos en algunos países. Por estos días es notorio el caso de Panamá donde han organizado manifestaciones de repudio a nuestra presencia. La respuesta que le damos a los panameños, como es de esperarse en las redes sociales donde cualquiera puede opinar desde su libérrima ignorancia, es el insulto. No hemos visto un solo intento de explicar la situación y menos de comprenderla.
La xenofobia es un sentimiento universal relacionado con el sentido de territorialidad que tenemos: defendemos nuestros espacios y a ellos solo admitimos a otros a quienes reconocemos como de nuestro grupo, tribu, familia, y, por extensión, a los de nuestra ciudad, nuestra región y país. etc. Tendemos a rechazar a los extraños o a los diferentes. Y el sentimiento de “este espacio es nuestro” si no es controlado conduce a discriminación, rechazos, intolerancias, batallas campales, muertes y guerras. Esto es cierto más grave cuando entre nosotros y los extraños hay diferencias evidentes: el color de la piel, los rasgos faciales, la lengua, las costumbres, el vestir, la cultura, etc.
La situación se complica cuando el extranjero nos quita lo que sentimos que naturalmente nos pertenece. Por supuesto, estos extraños algo tienen para que los empleadores los acepten gustosos. Para la época en que mis padres llegaron a Venezuela, los emigrantes conseguían el trabajo inmediatamente, sin sindicatos que los apoyaran, sin dominar la lengua, sin relaciones sociales ni políticas, etc. También es cierto que había mucho trabajo.
El éxito de los emigrantes venezolanos se explica por las mismas virtudes que ayudan al éxito de cualquier emigrante en cualquier parte del mundo: emprendimiento, voluntad de trabajo, disciplina, conocimientos técnicos, actitud de dar siempre más, honestidad, voluntad para asumir responsabilidades y ganar la confianza de sus empleadores, deseo de prosperar y esperanza de que lo lograrán, etc. Contra los emigrantes también presiona la inseguridad que da estar solos en un país extraño sin contar con la ayuda de los familiares dejados atrás pues más bien son estos los que necesitaban recibir ayuda. Por supuesto, con ellos también llega gente deshonesta que hace mucho por desprestigiar a los emigrantes honestos, agregándoles dificultades que no merecían.
Estas características les da a los emigrantes venezolanos una clara ventaja competitiva sobre los locales quienes se sienten desplazados y reclaman las mismas cosas que entonces reclamaban a mis padres y sus compañeros de emigración. Con el tiempo, los sentimientos xenófobos darán paso a sentimientos de aceptación y de integración, pero esto puede requerir de años. De todos modos, entre panameños y venezolanos no hay diferencias que no sean superables. Y de todos modos, el país receptor gana un contingente de trabajadores en cuya capacitación no han tenido que invertir nada y para aquellos panameños a quienes desplazan, siempre queda aprender a esforzarse un poco más, que daño no les hará.