Al momento de morir, Fidel Castro ya había perdido todo el poder. Era una figura simplemente escuchada, pero no tenía decisión en ningún sentido en el mando del Estado.
Así lo asegura Américo Martín, exguerrillero de los años sesenta, abogado, escritor y analista político, autor del libro “La sucesión de Castro, una herida abierta”.
Esa situación del desplazamiento de Fidel se produjo desde los primeros días de abril del 2014 cuando se reunió el sexto congreso del Partido Comunista y le trasladó el mando de la presidencia del Consejo de Estado y de primer secretario de esa organización a Raúl Castro. En ese momento, Fidel Castro quedó fuera de combate. Entonces, se limitó a apariciones públicas, a ciertas reflexiones que hacía en una columna en el periódico Gramma; pero, fuera de eso, nada significativo.
Inició Raúl Castro un cambio en la política del fidelismo. Lo más llamativo fue la destitución de Carlos Lange, vicepresidente del Consejo de Ministros; Felipe Pérez Roque, canciller; Otto Rivero, ministro de Batalla de las Ideas; y otros más.
Pero, además de eso, la línea de Raúl Castro planteó una reforma con un mecanismo de apertura económica y, al mismo tiempo, de acercamiento a las grandes potencias, comenzando por Estados Unidos y la Unión Europea.
Se tomó una series de medidas, que ya en sí fueron un cambio considerable. Los que dicen que con la muerte de Fidel no habrá cambios, están en la luna, porque ya los cambios se han producido desde la salida de Fidel y tienen que ver con la ley migratoria y muchas cosas que le intentaron dar cierto aliento a la iniciativa privada hasta llegar a la conclusión de que nada importante podría lograrse si no se iba a un acercamiento comercial y diplomático con la primera potencia económica del mundo, los Estados Unidos.
Donald Trump no ha dicho que va a acabar con las negociaciones, sino que va a ser más exigente en la contrapartida de la apertura política por parte del gobierno de Raúl Castro. Todo eso nos habla de una era de grandes cambios en el futuro.
Por otra parte, la relación con Maduro es ambivalente. Por un lado, la necesita porque en este momento de la austeridad muy dura que vive Cuba, la liberalidad que Chávez le daba y se sigue dando es un problema de cada día. Pero, en el mediano plazo, la relación con un régimen como el de Maduro se torna negativa porque el destino de Cuba es asociarse con Estados Unidos.