El lunes 6 de julio de 1931, a las 9 y 15 de la mañana, una tragedia conmocionó la ciudad de Barquisimeto y la nación entera.
Una pared donde recibían clases niñas del 2°, 3° y 4° grado de la Escuela Federal Wohnsiedler, ubicada en la calle Ayacucho (actual carrera 18) y esquina de “Las cuatro lagunas” (actual calle 26) se derrumbó, ocasionando la muerte de siete niñas y dejando más de treinta lesionadas, algunas de gravedad. Documentos cartográficos señalan con precisión el lugar del siniestro.
El local donde funcionaba la escuela era propiedad de las señoritas Lola Álamo y Ana Luisa Garcés. La primera era bachiller, fundadora y directora. Las causas del siniestro la achacaban a la inestabilidad del terreno, puesto que hasta mediados del siglo XIX, hubo cuatro lagunas que fueron secadas y rellenada la zona. Una evaluación posterior, señaló el abombamiento de la base de las paredes como causantes del derrumbe y el desprendimiento del maderamen. Inmediato al suceso, una pertinaz lluvia, cual llanto fatuo, azoló la ciudad, lo cual dificultó el rescate de las victimas.
La Escuela Federal Wohnsiedler fue fundada en enero de 1912. El inmueble fue construido a comienzos del siglo XX y había sido objeto de varias reparaciones debido a filtraciones y hundimientos. No por casualidad, actualmente, la calle se anega con naturalidad y los inmuebles aledaños son víctimas del respiro que las nacientes encementadas exhalan.
El diario EL IMPULSO publicó una edición extraordinaria la tarde del suceso en la cual describía la tragedia y nombraba las víctimas: Lucila Montes de Oca de 14 años, hija del señor Alejandro Montes de Oca; Carmen Figueredo de 11, hija del doctor Carlos F. Figueredo; Ana C. Graterón de 13, que ingresó muerta a la clínica del doctor Honorio Sigala y fue reclamada por sus deudos José Ramón Urdaneta y Ramón Calles; Alicia Esperanza Guédez de 10, hija del comerciante Domingo Guédez; Margot Hernández, hija de José Hernández; Leonor García Díaz, criada de la familia Agüero Cortés y Alba Alvarado.
Entre las lesionadas: una hija del doctor J. M. Domínguez Tinoco; una hija del bachiller don Carlos Tamayo Yépez; una hija del señor Handule; otra del señor Roseliano Octavio, del doctor Simón Linares, del señor Pedro López, de Sulpicio García y otra del señor José de la Paz Piña, para un total de 32 lesionadas. Las niñas cumplían exámenes para ingresar al Colegio Inmaculada Concepción.
El martes 7 de julio una multitud acompañó los féretros de la iglesia San José hasta la Iglesia de la Concepción donde se realizaron las exequias “corpore presente” con representaciones de toda la República, de allí los trasladaron al cementerio Bella Vista.
Evaristo Reyes Yánez realizó un registro fotográfico del traslado de los féretros blancos en medio de una multitud de riguroso luto y Amábilis Cordero realizaría sobre las ruinas y con escenografía montada para tal fin, el documental de ficción “La catástrofe de la Escuela Wohnsiedler” estrenada en el cine Sequera en 1933.
El periodista Samuel E. Niño, reportero del diario “EL IMPULSO” escribe como un detalle conmovedor que “entre los escombros se extrajo un libro entre cuyas páginas se encontraban tres galletitas guardadas con la seductora importancia que los niños dan a esas grandes nimiedades de la dichosa edad escolar. Por el nombre se constató que pertenecían a la niña Lucila Montes de Oca. Una de las víctimas del desastre, quien a buen seguro resumía todos sus antojos infantiles en sus tres galletitas cuando sobrevino el momento fatal”.
La escuela fue mudada a un local arrendado en la carrera 21. Paradoja del destino, en la década de 1960 ocupó un local en la carrera 18 esquina norte de la calle 26, justo al frente del lugar de la tragedia. De entonces la Escuela Wohnsiedler es un meandro viajero, como muchas de nuestras instituciones educativas que carecen de ancla; de sede propia, sobreviviendo a duras penas, poniendo en entredicho muchas letras de nuestra maltrecha Constitución.
