“La mente hace su propio lugar, y en sí misma puede hacer un cielo del infierno o un infierno del cielo” (Milton)
En su libro Goethe nos lleva por su mundo ficticio, conocemos sus emociones, sus logros, sus miedos, sus luchas, debates, reflexiones y evaluaciones que van desde dejarse llevar por sus excitaciones o volver a la lógica y al raciocinio.
En su afán desmedido de querer saberlo y lograrlo todo, Fausto estudió todas las ciencias sin lograr satisfacer su espíritu. No logró hallar en este campo la felicidad con sus logros. Se llenó de tedio y de un gran disgusto, mortificación que lo llevó a tomar la decisión de suicidarse. Cuando estaba a punto de beber el veneno, en ese momento se echaron al vuelo las campanas de la catedral anunciando la Resurrección de Cristo. Mientras estas sonaban su memoria recordaba la época feliz de la niñez que disfrutó alrededor de la fuente de la plazoleta, cuando con otros niños corrían felices a ver quién alcanzaba a quién. Se detuvo vencido por el remordimiento. Preciso momento en el que aparece el diablo como Mefistófeles, ofreciéndole satisfacer todos sus deseos cuyo precio pagaría con su alma.
Gracias al prodigio diabólico se fue Fausto por el camino de los goces materiales y carnales. Visitó la región de las sombras, logró pasearse por los mil sueños fantásticos y goces materiales. A pesar de estas ganancias no se sentía feliz, hizo un alto y pensó en Dios, suponiendo que su misericordia le otorgaría el perdón. Esta trama discurre en un escenario estrictamente humano en el que el diablo se las ingenia para mostrarse como el seguro y más fiel de los amigos, ampliándole la senda de sus desvaríos.
El autor alimenta con sus palabras la imaginación de quien lee, invitándolo a dar un paseo por los siete pecados capitales, cuyos vicios otorgan a Fausto todo el disfrute y conocimientos, razones que lo llevan a hacer a un lado sus limitaciones para dar cabida a la mala pasión, esa que lo llevó a seducir a la muchacha inocente, ingenua, devota y bella quien provocó en Fausto la quiebra moral ante sus deseos febriles. A medida que avanzaba en sus logros materiales, dentro de sí algo le espoleaba el alma. Olvidó la grandeza de las virtudes que lo habían llevado a estar cerca de Dios y por sus ambiciones desenfrenadas y bajos deseos tener la desgracia de perderlo. Su delirio produjo la locura y muerte de su amada, de su hija recién nacida, de la madre de su amada y de su hermano. Enterarse de todo el mal ocasionado llevó su conciencia a padecer los peores conflictos. Quiso enmendar el error, encontrar la paz, revertir la promesa hecha al diablo pero no lo logró. Fausto osciló entre los excesos mundanos y el arrepentimiento.
Las eternas ganas de tener y más tener han perturbado al hombre que se hace peor cuando queda atrapado en los engranajes del poder político. El sufrimiento y hambre de Venezuela es ejemplo irrefutable de a dónde llevan los excesos de los hombres que llegan al poder.
Cuando la mente humana empieza a imaginar la felicidad, inventa paraísos, lechos de plumas de gansos celestiales, de una vida ganada sin esfuerzo, sin riesgos ni consecuencias, tener a su servicio un mar de dulzuras, comodidades e idilios sin sombras ni peligros.
Mientras el hombre no se encuentre a sí mismo, nada encontrará, aunque tropiece mil veces no aprenderá la lección; situación que lo llevará a seguir en la búsqueda de conocimientos, poder, dinero y felicidad per sécula seculorum…
Capítulo final el próximo sábado con otras lecturas.