Las peores pesadillas son las que se vuelven realidad, las que al despertar descubrimos que seguimos en ellas. Normalmente, nadie piensa de los seres humanos como recursos comestibles, pero lo somos. Durante miles de años, antes de convertirnos en la especie que está en la parte más alta de la pirámide alimentaria, fuimos cazados y devorados y, hasta no hace muchos años, existían grupos humanos que comían, por razones rituales, carne humana. Otras veces el canibalismo ocurría por necesidad extrema, por ejemplo durante la hambruna que se desató en los primeros años de la Unión Soviética o cuando los sobrevivientes de un accidente aéreo en los Andes entre Argentina y Chile, lograron mantenerse con vida comiendo los restos de sus compañeros muertos que se mantenían congelados por la altura a la que ocurrió el accidente.
El canibalismo podría volver si las peores pesadillas ecológicas se hacen realidad: una tierra sobrepoblada, una contaminación generalizada que merme la capacidad para producir suficientes alimentos, océanos en proceso de muerte terminal, etc. Salvo los tabúes, superables bajo la presión del hambre, no hay razón alguna para no recurrir al consumo de carne humana. Esto podría llegar a ocurrir si no se toman en serio las advertencias de los ecólogos de la urgencia de radicales acciones de protección al medio ambiente.
El tema de hoy lo tome de una película de ciencia ficción de 1973, titulada “Cuando el destino nos alcance”. Fue la primera vez que escuche algo que luego escucharíamos con preocupación: de la crisis ambiental terminal. El tema central de la película, además de la crisis ambiental, es la historia de un policía que descubre que las galletas que se alimenta a la población, además de algas, contienen complementos proteínicos provenientes de cadáveres humanos procesados industrialmente.
En un episodio, que asocio parcialmente con la situación de Venezuela, el policía prueba una fruta fresca que no conocía y queda asombrado por su sabor. Aquí teníamos productos de los que hasta el recuerdo hemos perdido. ¿Se acuerda, por ejemplo, de un albaricoque o de una pera grande y jugosa? A veces todavía se ve alguna manzana, pero a precios incomprables.
Otro episodio tiene que ver con la muerte. En una sociedad sobrepoblada y subalimentada es obvio que el gobierno facilite la muerte para quienes la deseen. Para eso existen cámaras mortuorias rodeadas de pantallas que exhiben antiguas películas de una naturaleza hermosa e impoluta con música como La Pastoral de Beethoven, suave y tranquilizadora mientras el “paciente” respira un gas inodoro e incoloro que lo mata con toda serenidad. Una vez muerto, su cuerpo pasa directamente a la planta procesadora de las galletas.
De paso, las galletas eran similares a la perrarina de la que Chávez tanto denigraba porque con ella se alimentaban los niños pobres durante la cuarta república, sin pensar que son un alimento estupendo por su bien equilibrada formulación. No deja de ser una tragedia que en la Venezuela hambrienta hasta la perrarina es incomprable.