A cualquiera de nosotros nos ha ocurrido “padecer” un fenómeno que pareciera multiplicarse en los últimos meses: el cierre de vías por parte de las comunidades. Es algo que hace perder tiempo tanto a quienes lo promueven y realizan porque tienen que durar horas y horas haciéndolo, como a quienes transitan con sus vehículos por dichas vías y deben esperar largas horas para continuar su camino y su planificación maltrecha de la jornada de trabajo. No hay lugar del territorio nacional que escape a esta dura realidad. Las protestas que motivan los cierres de vías están soportadas en necesidad de alimentos, inseguridad, problemas con servicios públicos y últimamente, la causa mayor proviene debido a las deficiencias en la distribución del gas en el ámbito comunitario. En resumidas cuentas, dificultades y enorme lentitud en las respuestas del Estado frente a las demandas ciudadanas que estimulan los mecanismos de presión que se tengan a la mano para poder obtener prontamente las soluciones requeridas por las comunidades.
Además de esta sintomatología que afecta a la ciudadanía a diario nos encontramos con un Estado incapaz de controlar el nuevo fenómeno que socava y destruye la convivencia ciudadana: las mafias, organizadas para controlar la distribución de cemento, alimentos, cabillas, entre otros rubros y que han sustituido la “autoridad” del Estado en pequeños reductos generando especies de “autogobiernos” con sus propias dinámicas y leyes de funcionamiento. Si a esto le sumamos los niveles de legitimidad de las autoridades y del propio Presidente de la República el resultado no podría ser más delicado y peligroso: un Estado débil.
Estamos actualmente en presencia de una pérdida considerable de la autoridad estatal algo que preocupa realmente por las implicaciones que esto pueda tener a mediano y a largo plazo. La democracia se soporta fundamentalmente sobre la legitimidad y la autoridad. Estos dos conceptos en la Venezuela actual están profundamente deteriorados. El Estado se muestra muy débil en su capacidad de respuesta a las demandas de la ciudadanía y por ende, la temperatura social crece aceleradamente con repercusiones que impactan sobremanera la cotidianidad. Este debilitamiento del Estado trae consecuencias no solo para quienes ostentan las funciones públicas sino también para el resto de la sociedad. Un Estado débil es incapaz de garantizar adecuadamente los niveles de convivencia democrática necesarios. Apostar a la profundización del debilitamiento institucional es una forma de jugar con candela en un cuarto lleno de combustibles. Es altamente necesario revertir esta tendencia tan negativa para la ciudadanía y para el futuro inmediato.
En medio de un Estado débil, se ha abierto un proceso de diálogo con muchas dificultades. Los actores involucrados en el mismo no han bajado un ápice el tono discursivo ofensivo. Las acciones institucionales promovidas desde el Estado han tomado un camino sectario y de clara inclinación partidista. Es decir, pocas cosas se han visto cambiar o mejorar a partir de la intervención vaticana y de los expresidentes comprometidos con la mediación internacional. Al contrario, el tono agrio parece ser la constante. En medio de todo esto, el debilitamiento de la autoridad del Estado sigue creciendo peligrosamente. Hay que atender la recomendación que el sacerdote Armando Janssens, fundador del grupo social Cesap, hace en un reciente artículo “no te enerves, mantén la cabeza fría” …”no te enganches tan fácil, guarda el equilibrio, mantén tu cabeza fría”; si nos dejamos llevar por las emociones y los sentimientos, la desesperación será la gran protagonista de estos tiempos y si juntamos la fórmula desesperación más un Estado débil los resultados pueden llegar a ser los más explosivos de nuestra historia republicana. Por tanto, la sociedad entera y el liderazgo político deben trascender las emociones y pensar más con la cabeza fría. Las posibilidades que ofrece Venezuela como nación y como territorio son infinitas. Ahogarnos en un vaso de agua en estos momentos no muestra la grandeza de nuestro pueblo. Si es cierto, tenemos un Estado muy débil en la actualidad, pero a la par tenemos una sociedad que nos demuestra en los diferentes estudios de opinión que hemos podido visualizar en las últimas semanas, su capacidad de aislar a los violentos y a quienes promueven salidas no apegadas a la Constitución. Más del noventa y cuatro por ciento del país quiere una solución dialogada y en paz. Frente a ello, quienes crean que pueden chantajearnos amenazándonos con violencia si no nos apegamos a sus criterios políticos, están absolutamente fuera de foco. Sí, el Estado es débil, pero la sociedad se ha hecho fuerte en medio de las dificultades del presente.