Del Brexit a Trump: triunfo del populismo antisistema

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La victoria electoral de Donald Trump y  los resultados del referendo del pasado mes de junio en el Reino Unido, -oficializando su  divorcio con la Unión Europea- destacan como los acontecimientos globales más importantes del año 2016.

Mientras se suceden estos hechos, analistas internacionales de distintos continentes han venido destacando cómo el proceso globalizador y sus posibles fortalezas ha perdido fuerza en los últimos años, sobre todo desde la crisis financiera del 2007-2008. Este evidente desgaste, se manifiesta en un retroceso en el volumen del comercio a escala global, en la  concentración de  poder por parte de los círculos financieros, la desigualdad en los ingresos, la creciente inseguridad del ciudadano común, el incremento del terrorismo fanático y el desgaste del modelo democrático. En el caso europeo, la incapacidad manifiesta de la élites del viejo continente para recuperar el crecimiento económico, la oleada migratoria, la desindustrialización de importante regiones, el terrorismo de los radicales islámicos, ha servido de abono al surgimiento de personalidades y sectores ultra-xenófobos, anti-sistemas- tanto a la derecha como a la izquierda del espectro político- cuyo mayor exponente, hasta ahora, ha sido el movimiento pro Brexit. Sobre el apogeo de  estas formaciones anti-sistema, el politólogo holandés René Cuperus, advertía que este neo-populismo “no es marginal…es un vector político que está afectando el corazón mismo del orden de la posguerra” (L´espill 38 -Otoño 2011).

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Estados Unidos y Donald Trump

Estados Unidos, ya no es la potencia hegemónica que emergió de la Segunda Guerra Mundial, con la fortaleza económica y militar para imponerle su modelo al planeta, tampoco es la nación triunfante en el conflicto ideológico que dio nacimiento a la guerra fría. En estos tiempos, su poder es limitado y compartido. La ascensión en el plano global de nuevos actores económicos, con presencia política e ideológica a escala planetaria, han mermado su otrora avasallante influencia. Su recuperación desde la crisis financiera ha sido lenta, un promedio de 2,1% del PIB real en la última década. Su déficit comercial ha rondado los 500.000 millones de dólares en los últimos años. Durante el gobierno de Obama, se ha duplicado la deuda pública (105 % del PIB) y amplios sectores laborales se han perjudicado. Pero, sigue siendo la primera potencia económica, tecnológica y militar del orbe, y todo aquello que suceda en su devenir, nos afecta directa o indirectamente.

El triunfo de Donald Trump, estuvo sustentado en una campaña racista -basada en la preeminencia de los blancos americanos, amenazados con perder su supremacía étnica-  manipulando sentimientos fundamentalmente emocionales. Dirigió sus ataques contra el libre comercio, los tratados comerciales internacionales, amenazó con hacer fracasar el Tratado de París sobre el cambio climático, y responsabilizó de manera puntual a los inmigrantes -particularmente a los mexicanos-, a China por manipular sus tasas de cambio para ganar competitividad en los mercados internacionales, a los  musulmanes y a otras minorías, como causantes de la merma de influencia global de la nación americana, de la pérdida de empleos, de las limitaciones a las que han sido sometidas las clases medias y del estancamiento del sector obrero. De esta manera, explotó demagógicamente el resentimiento, la incertidumbre, el descontento, como otrora se hiciera en el Reino Unido. Fue como un tsunami que abarcó a la nación americana, y que se divulgó de manera importante por las redes sociales, tomando por “sorpresa” a las grandes cadenas noticiosas y a las encuestadoras.

¿Por qué esta reacción de importantes sectores de ciudadanos a ambos lados          del Atlántico?

Cuando se afecta negativamente el entorno económico, se desencadenan efectos en  otros escenarios vinculados con la cotidianidad social, se alteran las expectativas relativas a la seguridad económica, y la incertidumbre gana terreno. Ya el futuro no parece promisorio. Se abre paso el resentimiento, la frustración, la duda, y se ensayan salidas desesperadas, a veces irracionales. Sectores de la población se vuelcan hacia políticos como  Donald Trump buscando respuestas y soluciones.

El triunfo del Brexit, y ahora el de Trump, es el triunfo de esta vasta ola protestataria. Ha sido bien recibido por los populismos a ambos lados del Atlántico. Es un bálsamo para  Marine Le Pen del Frente Nacional en Francia, el Movimiento 5 estrellas de Beppe Grillo en Italia, PEGIDA en Alemania, UKIP en Suecia, el Partido Popular Danés, Podemos en España, MORENA de López Obrador en México, el Partido de la Libertad en Austria y para gobernantes autoritarios como Putin en Rusia.

¿Estamos asistiendo a un renacer de los populismos como forma de expresión? En las primeras décadas del siglo XX, de los movimientos sociales populistas europeos surgieron Mussolini y Hitler. En el continente latinoamericano, el populismo consolidó regímenes autoritarios con consecuencias devastadoras: Perón, Getulio Vargas, Velazco, Chávez, entre otros. El historiador Fernando Mires decía que el triunfo del populismo es “el triunfo de la sinrazón, por        eso rebasa la lógica de las                  instituciones”.

Sobre el futuro de la sociedad global, pareciera comenzar a esparcirse amenazas que hasta hace poco no se habían percibido.

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