En medio de la crisis que vive el país, hay una idea que comienza a hacerse presente en la cotidianidad del venezolano y, que por decir lo menos, nos causa asombro. Tiene que ver con lo que podríamos denominar la degeneración educativa o el desprecio por la educación. Asóciela usted con la pérdida de valores, o con el grado de importancia que el venezolano de hoy le está asignando a la educación para el trabajo. De suyo, también un problema generacional, para variar.
“¿Para qué mis hijos van a estudiar?” “Yo gano más que cualquier profesional”. “En este país, el que estudia no tiene futuro”. “La universidad es una pérdida de tiempo”.
Sin pretensiones de generalización, a falta de estadísticas confiables, la percepción apunta a expresiones provenientes de quienes han hecho de un oficio su “modus vivendi”, incluyendo la emergencia del fenómeno del “bachaqueo”, este último como vía para la especulación y el deseo de “hacerse rico de la noche a la mañana”, que subyace en la mentalidad de muchos venezolanos dedicados al comercio; por un lado; y, por el otro, alimentado por la corrupción pública, en tanto anti-valor asentado en esa variable independiente, poco estudiada, pero clave para entenderlo: la cultura.
La distorsión económica toca el aspecto salarial. La hora-hombre de quienes no siendo profesionales ejercen actividades de distinta índole, independientes o asociados, diferentes a la educativa, forma parte del no reconocimiento o el desprecio al cual aludimos, en medio de una política oficial totalmente desacertada, a la luz de las experiencias de otros países cuya inversión en dicho sector produjo resultados incuestionables en el mejoramiento de la calidad de vida de sus ciudadanos.
En retrospectiva, una cuestión estructural. En 1996, por ejemplo, el propio Ministro de Educación, Antonio L. Cárdenas, soltó la frase lapidaria que sintetizaba el diagnóstico: ¡La educación venezolana ha devenido en un gigantesco fraude! La propuesta de solución estaba contenida en el IX Plan de Desarrollo de la Nación.
Para esa época, la idea del Desarrollo Sostenible ya tenía el perfil de un nuevo paradigma. En el área de la educación, la ciencia y la cultura, el organismo rector de la ONU, la UNESCO, igualmente lanzaba su proyecto de: “Educación para un Futuro Sostenible: Una Visión transdisciplinaria para una acción concertada”.
Desde entonces, mucha agua ha corrido debajo de los puentes. Independientemente de la inversión social que se ha realizado y las cifras e indicadores que se exhiben, la interrogante apunta hacia la calidad de la misma. Mención aparte, la crítica muestra un déficit alarmante en cuanto a la carrera docente como tal. En educación superior: ¿Tenemos universidades sustentables?
Desde el 2014, la citada Unesco, promueve una “Hoja de ruta para la ejecución del programa de acción mundial de Educación para el Desarrollo Sostenible”, dirigido a todas las partes interesadas: los gobiernos, las organizaciones de la sociedad civil, el sector privado, los medios de comunicación, la comunidad universitaria y los investigadores, las organizaciones intergubernamentales y demás instituciones pertinentes que facilitan y apoyan el aprendizaje y la formación, así como los docentes y los educandos. (Irina Bokova, dixit).