A veces conviene repasar la historia. Este 27 de noviembre, en dos semanas apenas, se cumplirán ciento noventa y seis años del encuentro entre Bolívar y el jefe de los ejércitos realistas Morillo en Santa Ana, acontecimiento cuyo significado aprendimos en la escuela, donde nos fue ponderado como un gran mérito. Un monumento conmemora en el pueblo trujillano el abrazo entre los enemigos. El municipio Pampán, al cual pertenece, recuerda en su escudo aquel evento y hasta una condecoración de “La Paz y la Amistad” instituyó para conmemorarlo.
En 1820 ya habían transcurrido varios años de una guerra larga y cruel. El militarismo del “oscuro y desalmado aventurero” Monteverde, tras la caída de la Primera República, fue implacable. En 1813 el Libertador proclama la Guerra a Muerte y, dice Gil Fortoul, “Ya van a verse las fatales consecuencias de tan exasperado lenguaje”. En 1814 surge el caudillaje bárbaro de Boves. Los patriotas arrinconados. Bolívar se va a Jamaica y Haití. La Corona envía al Mariscal Pablo Morillo a pacificar Venezuela, y nomás llegar en 1815 toma medidas para asumir el control. Embargar y vender los bienes, empezando por quienes “no necesitan por notoriedad de ser proclamados para declararlos por reos de alta traición”, sin juicio. Los patriotas se reorganizarían y volverían. La guerra se desarrolló, con su reguero inevitable de rencor, muerte y ruina. El precio de la Independencia.
Ni los combatientes realistas ni los patriotas que se la habían jugado en el campo de batalla, veían con buenos ojos cualquier tipo de diplomacia. Cuando en España se habla de eso, bajo el imperio constitucional gaditano, el mismo Morillo pensó que era una humillación. Del lado patriota, cuenta Baralt, fue la negociación “reprobada por casi todos los jefes que obraban a largas distancias del campo de Bolívar”. Tres meses duraron las negociaciones que más de una vez parecieron romperse. Hasta que el 25 de noviembre de 1820 firmaron en Trujillo los enviados una tregua de seis meses y condiciones para regularizar el conflicto. Nadie se rindió, nadie entregó las posiciones ganadas ni las banderas defendidas. La guerra no había acabado. Y continuó. En 1821 sería Carabobo y todavía en 1823 la Batalla del Lago de Maracaibo. El tratado de paz definitivo entre Venezuela y España es de 1845. No hablo de un país lejano, sino de éste. Ni de mera política, sino de guerra.
Nada desdoroso es dialogar con el adversario, aún con el enemigo. Ni siquiera en la guerra, y menos en la política. No tienen que excusarse los líderes de la Unidad, si son consecuentes y leales en la defensa de sus promesas de bien común. Tampoco necesitan competir entre sí en amenazas o arrogancias los personajes del régimen, como si tuvieran que demostrar a los suyos que son intransigentes. Lo que sí tienen, todos, es asumir este paso con seriedad y buscar producir resultados. Es deuda con los venezolanos, quienes pagaríamos un fracaso.