En fechas recientes, quizás como una estrategia de mercadeo, como una amenaza real o como dice mi hijo por ser el mes de Halloween en los Estados Unidos, Canadá, Reino Unido y Brasil, según es el primer caso en Latinoamérica, han aparecido una serie de payasos macabros que asustan en lugares oscuros. Son personas que usan prendas de payasos pero con mascaras desfiguradas para aterrorizar a los desprevenidos transeúntes y conductores.
En esta Tierra de Gracia nada de eso nos impacta. Hace tiempo que hemos estado rodeados de payasos sin máscaras, bufones revolucionarios embutidos en costosos y coloridos trajes, saltimbanquis disfrazados con ropa de ejercicios de marcas, caricatos socialistas que usan los más exquisitos accesorios del capitalismo y consumismo mundial y que sin el mayor desparpajo se han dedicado, a plena luz del día o escondidos tras la nocturnidad, a asustar, amedrentar, amenazar y aterrorizar a todos los venezolanos con el cuento del apocalipsis (como si ya no lo vivimos) si ellos son desalojados del poder.
Cuando llegó al poder la peste militar revolucionaria, encarnada por un gorila y sus orangutanes de uniforme que conspiraron desde que ingresaron a la vida militar lo hicieron con la promesa de acabar con la corrupción, con los índices de pobreza, con el hambre y con el rentismo petrolero.
Dejémonos de eufemismos
Y si algo ha demostrado este adefesio político (revolucionario, chavista y socialista) que intentó perpetuarse como movimiento continental, con estrepitoso fracaso (gracias al voto popular o a la existencia de instituciones) y del que apenas quedan algunos chulos gobernantes, es que siempre encontrarán razones para destruir lo que se haya construido con la excusa de que de las cenizas resurgirá, cual ave fénix, un país más próspero, más grande y más desarrollado aunque hasta ahora lo único que haya germinado, de esos polvos del vestigio venezolano, sea cólera, malaria, difteria, sarna, piojos, hambre, muerte y desolación.
Por ello les importó un bledo imponer una dictadura, no del proletariado, sino de la ilegalidad. Por la vía del terrorismo judicial, con una magistratura convertida en el prostíbulo, que cual meretriz se rinde a los pies de quien paga por sus servicios carnales, han salido las decisiones más rastreras para desconocer la soberanía, la democracia, la independencia de poderes y someternos a todos a la voluntad de unos usurpadores.
Ni la dictadura de los Monagas, ni la autocracia ilustrada de Guzmán, ni la sanguinaria tiranía gomecista, ni Pérez Jiménez con su Nuevo Ideal Nacional, les dio por prescindir del parlamento aunque tuvieron ilustres congresos plegados a sus intereses. Esta dictadura del siglo XXI es arbitraria, irresponsable, perversa, con presos políticos y que solo ha dejado algunos resquicios en las libertades, que además desprecia a los ciudadanos y solo les interesa su permanencia en el poder llevándose por los cachos cualquier vestigio de institucionalidad.
La culpa es de los venezolanos que permitimos que llegaran y, peor aún, hemos dejado que se mantengan en el poder. Sin eufemismos debemos entender que no estamos ante eso que les ha dado por edulcorar a los progresistas, a algunos opositores y a los nostálgicos izquierdosos llamándola dictablanda, blandadura, dictadura de nuevo cuño o democracia imperfecta sino que es una simple y cruel dictadura que requiere actuemos y la tratemos en consecuencia.
Llueve… pero escampa