“Cuando el Gran Marcador aparezca para poner la puntuación junto a tu nombre, anota muy claro—no si perdiste o ganaste– sino cómo jugaste el partido” (Grantland Rice)
Tierra somos y a la tierra volveremos, es ley inexorable de la que nadie escapa. Lo blando se fermenta, el barro alza dosel y anima el lugar donde abatió la muerte. La raíz de la conciencia ensancha su sutil imperio y puede el alma aún antes de la muerte obtener su corrección final.
En este mundo de aprendizajes el dolor y el placer se entretejen como la espina y la flor de enredadera, la fe vacila, el corazón solloza, pero algo surge al final que conduce al descanso. ¿Por qué? Porque el hombre es sepultura de sus propias emociones.
Más tarde o más temprano cada uno tendrá que hacer el balance de su vida. “La siembra es voluntaria y la cosecha obligatoria” dice un viejo adagio. ¿Qué quedará de nosotros cuando nos vayamos? Quedará lo bueno o lo malo que hayamos sembrado, el nombre en una lápida, una historia y todo lo vivido en los desatinos de la memoria. Lo demás es el resultado de lo hecho.
El final en paz dependerá del tipo de vida que se haya llevado. El karma vivido es consecuencia de las propias acciones y del deseo consciente de rectificar errores, saldar la deuda y liberarse. Puede ser que ayuden un poco las oraciones al que se fue, pero la salvación del alma no se compra. El tribunal eterno no es manipulable pero es compasivo y misericordioso. De allí que sea tan importante orar por nosotros, por los nuestros y por los que se han ido. A muchos les causa terror la idea del infierno, las penas eternas, el fuego y los demonios, creencias religiosas y absurdas que han atormentado por bastante tiempo al ser humano.
Para marcharnos sin tantas deudas en el alma nada es más sabio que aplicarnos la frase: de “No hacer a otros lo que no nos gustaría nos hicieran a nosotros”. Si causas daño a otros, es error que cargarás tú, no otro. La crueldad hacia cualquier forma de vida no es una buena carga para llevar consigo al más allá.
Como en la tierra la maestría de haber sido un ser humano misericordioso, servidor y de gran corazón es el título de luz con el que se emprende el viaje rumbo al más allá. Haga usted su balance y ríjase por la ley de causa y efecto, comúnmente llamada karma. Olvídese de cargar a Dios sus culpas, afróntelas, no tema a la muerte, alivie su alma, no la cargue de tanta duda y pesadumbre. Todo acto realizado genera una causa de la cual cada uno es responsable. En esta tierra nada se queda impune, se cosecha lo que se siembra.
Rezar es un acto de fe para muchos, para otros es la expresión intensa de un deseo. El poder de la oración va más allá de los llamados milagros; la intensidad y fe con que se rece vibra en el cosmos materializando nuestros más caros anhelos. La oración es mucho más que un acto de fe: es una llave maestra.
Cualquier acto produce una consecuencia y las acciones rebotan, devolviéndose siempre a quienes las generaron para bien o para mal. Del torcedor remordimiento nadie se libra, tampoco el poderoso rey ni aquel que enloquecido por el poder y la codicia a su pueblo oprime. Cada uno es causa y efecto de su mala o buena ley.
Llegará el día – jugador en el que se definirá tu suerte, levarás tus anclas rumbo a otro destino. Un día como dice Barba Jacob, en que discurrirán vientos ineluctables, un día en el que nada ni nadie te podrá retener. Un día en el que la noche te sorprenderá con sus profusas lámparas, en rútilas monedas tasando el bien y el mal…