La palabra diálogo pareciera ser más polisémica de lo que diccionario de la Real Academia determina, pues termina siendo bala que dispara a la razón o las emociones de quienes alientan la posibilidad de llegar acuerdos o de quienes la consideran una pérdida de tiempo. En ambos bandos, fustiga la polisemia pues se mueven intereses contradictorios en unos y otros, especialmente de los que olvidan que la política es una buena vía para lograr la paz en tiempos que anuncian guerras.
Siempre he tenido la sensación y convencimiento de que en los conflictos y confrontaciones armadas cuyo origen era del orden político, prevaleció la necesidad de hacer uso de las armas frente a la posibilidad de evitarlas mediante el triunfo de la palabra que razonando reconoce en el otro dicha posibilidad. Así mismo, que los grandes conflictos bélicos de la historia moderna y contemporánea, que terminaron en armisticio, tratado, acuerdo o como se le llame, se debió a la acción convocada previamente en las mesas donde se debatieron, negociaron y firmaron los mismos.
Pienso en las opiniones secundadas por los “guerreros del teclado”, a quienes casi siempre imagino esperando sentados, mientras instan la confrontación de calle, descalificando todo intento de diálogo, mientras otros se exponen ala represión o la muerte, siguiendo sus consignas. En medio de la complejidad del momento político presente, es absurdo exigir una sola visión o coincidencia al analizar un panorama de variados matices.
La mesa del diálogo para algunos, no cumple con las expectativas. Se acusa a la MUD, de sus confrontaciones internas olvidando que ésta no es un partido, sino una coalición de fuerzas, con proyectos políticos propios y que en este caso, coinciden en un punto esencial: Salir de un gobierno que ha perdido la sustentabilidad política-electoral y se ha convertido gradualmente en dictadura, mientras se defiende la democracia que estimula el diálogo que toda dictadura evita al silenciar sus opositores. Al gobierno no le interesa cambiar el escenario ni confrontar políticamente, pues pretende ignorar el descontento de la mayoría de una manera simple: no “oyéndola”, “ignorando su voz”.
Esto explica por qué el presidente emite un doble discurso: habla de diálogo pero no hace otra cosa que provocar a los adversarios mientras descalifica sus intenciones de dialogar, acusándolos de “golpistas” y propiciar el enfrentamiento callejero, que dicho sea de paso, es su verdadera estrategia, al crear situaciones, en donde es evidente que la gente que cree en las acciones de calle “per se”, sin medir las consecuencias de enfrentarse a los equipos antimotines y bandas armadas de una militancia delincuencial, estarán expuestas a la violencia y al agravio, por no decir muerte y cárcel. Enfrentamientos que le conviene al gobierno, pues les permitiría insistir en su acusación de golpismo.
Las fuerzas políticas y sociales que procuran el cambio en Venezuela, no van a desgastarse en un momento de evidente debilidad gubernamental, por aceptar una tregua solicitada por el Vaticano, sino que por el contrario, saldrá fortalecida en caso de que el gobierno no reconozca y rectifique sus recientes violaciones y desconocimiento de la justa interpretación de los Derechos Humanos vulnerados, tales como el derecho a la vida, a la salud, trabajo, alimentación, a la protesta…
Sí. La palabra diálogo sigue siendo polisémica mas no inútil para nombrar la necesidad de debatir, discutir y solucionar nuestros problemas. El miedo no se pierde enfrentándose a las balas ni a la ballena antimotines, sino exigiendo en todos los frentes posibles la aplicación de las leyes que consagran nuestros derechos como ciudadanos, hombres y mujeres libres de pensar y de luchar por el restablecimiento de la democracia, que conduzca al restablecimiento de nuestros derechos consagrados por la Constitución y la discusión de cuanto tratado, convenio o acuerdo haya sido firmado entre las sombras.