La mediación tiene raíces históricas y culturales desde el mismo comienzo de la humanidad, según los relatos bíblicos hasta Moisés fue mediador. Existen fragmentos filosóficos presocráticos, como los de Heráclito y Aristóteles donde se lee que el «conflicto es el promotor del cambio y a su vez es consecuencia de este…».
Los caminos de la mediación están llenos de obstáculos. Por eso La experiencia y profesionalidad del mediador resultan vitales para reconducir el conflicto hacia el entendimiento. Otras condiciones también son deseables entre ellas: Respaldo internacional, reconocimiento mutuo de las partes como interlocutores legítimos; creatividad, capacidad persuasiva y conocimiento del problema por parte del mediador y por ultimo, voluntad conciliadora de cada interlocutor.
En China, desde la antigüedad, la mediación fue un recurso básico en la resolución de los desacuerdos. Confucio afirmaba la existencia de una armonía natural en las relaciones humanas, que debía desenvolverse. En Japón este mecanismo tiene viejas raíces en sus costumbres y leyes y en sus pueblos era esperado que un líder ayudara a resolver sus disputas. En África era costumbre reunir una asamblea de vecinos para la resolución de los conflictos interpersonales.
Desde la Edad Media, la Iglesia ha intervenido para limitar la violencia entre los territorios. El Vaticano fue el primer Estado en organizar una representación del Papado en otros países a través de los nuncios pontificios quienes son los decanos del cuerpo diplomático en cada país. En los 40 años precedentes la Iglesia ha intervenido en la resolución de enfrentamientos, y en algunos casos concretos a través de la mediación, entre los cuales podemos señalar: el conflicto del Beagle entre Chile y Argentina, la Revolución Polaca y la caída del Muro de Berlín. Debido a que la Iglesia no representa un poder político, su acompañamiento en busca del entendimiento tiene un soporte moral fundamental.
La mediación es un asunto complejo y delicado donde es fundamental conseguir el éxito, evitando los recelos y susceptibilidades de los bandos en discordia. Ninguna mediación tendrá éxito si se percibe como una maniobra que puede terciar a favor de alguna de las partes. La mediación tampoco tendrá éxito si alguno de los interlocutores se considera fuerte como para derrotar al contrario. Por eso la mediación religiosa en Venezuela debe arrojar, por escrito, la aceptación, por parte del gobierno, de los puntos que la alternativa democrática ha venido demandando, otro resultado pondría una lapida en la tumba del régimen en una forma prematura.